Muchas veces las grandes obras maestras son justificadas por defensores (o atacadas por detractores) con palabras como "provocación", "transgresión" o, peor aún, "vanguardia". Pero una vez ha pasado el tiempo y dichas obras maestras son revisitadas, la provocación, la transgresión o, incluso, la vanguardia sólo son palabras bobas que poco tienen que decir. Y eso, teniendo en cuenta que aún sean consideradas "obras maestras".
"Omega" (El Europeo, 1996) nació en medio de la polémica dentro del mundo del flamenco. Ya incluso durante su gestación, Enrique Morente fue criticado por el sector más heterodoxo del cante jondo. Pero la costumbre española de llevarse las manos a la cabeza no hizo que el cantaor granadino cambiase ni por un segundo de parecer. Morente tenía en mente un proyecto: llevar al flamenco canciones de Leonard Cohen. Por otro lado, muy cerca de allí, sus paisanos Lagartija Nick querían usar textos de Federico García-Lorca colaborando con Morente (a quien no le era ajena la obra del poeta). Eran demasiados elementos concordantes: Granada y Lorca; Morente y Cohen (gran admirador de Lorca); Nueva York, Lorca, Cohen. Todo casaba a la perfección. Aunque uno no puede evitar pensar que nadie se imaginaba que aquello sería tan perfecto.
El resultado escapa a cualquier análisis. Ya se sabe que la unión de flamenco y rock había tenido ilustres (e impresionantes) precedentes como "El Patio" (Gong-Movieplay, 1975) de Triana, "Veneno" (CBS, 1977) de Veneno y hasta "La Leyenda del Tiempo" (Poligram, 1979) del propio Camarón. En todos, sobre todo los dos primeros, la tesis resultante venía a decir que rock y flamenco no eran dos lenguajes tan diferentes. Los dos se alimentan de sentimiento, fuego y sangre. Y no encontraremos nada más que eso en "Omega": sentimiento, fuego, sangre y, sobre todo, Granada.
Sólo una canción como "Omega" podría iniciar este viaje. Una primera escucha del tema hace pensar que la intensidad va en aumento. Mentira; "Omega" son once minutos de explosión, de emoción y de ruido. El comienzo, con la voz de Morente llenando el vacío, desde el vacío, hasta el vacío. El cante imita el ruido y el ruido imita al cante: "Como la noche interminable cuando se apoya en los enfermos. Y hay barcos que buscan ser mirados". Los golpes de la voz marcan el ritmo como nudillos sobre la mesa, cuando la batería de Eric Jiménez irrumpe al mismo tiempo que el "Poema para los muertos" de García-Lorca: "No solloces, silencio, que no nos sientan, que no nos sientan. Tengo un guante de mercurio y otro de seda, y otro de seda. Se cayeron las estatuas al abrirse la gran puerta." Después el silencio cortado por el ritmo fúnebre de la batería sobre el quejío de Morente. Un ritmo que poco a poco se acelera cuando las voces casi fantasmales de Antonio Chacón, Manolo Caracol o La Niña de los Peines aparecen (en forma de samples, otra "transgresión" que lo único que hace es ponernos los pelos como escarpias) y acaba el un grito desgarrador que hiela la sangre: "¡las hierbas!". La furia de palmas y guitarras eléctricas que sigue es inevitable: el oyente sólo se puede quedar sin aliento. El colofón es una bonita canción popular andaluza, tan alegre como siniestra: "tú vienes vendiendo flores, las tuyas son amarillas, las mías de todos colores". A estas alturas el que no tenga el corazón en un puño, ni tiene corazón ni sangre ni nada de nada.
Ha terminado la primera canción. Aunque parezca mentira sólo han pasado once minutos. Tras ello la calma de "Pequeño vals vienés" (perfecta para continuar tan intenso comienzo). Tomando "Take this walz", donde Leonard Cohen traducía "Pequeño vals vienés" de Federico García-Lorca, Morente vuelve al texto original del poeta granadino sobre la música de su amigo canadiense, prácticamente superándolo (si eso fuese posible). Emocionante como pocas cosas: "Porque te quiero, te quiero amor mío, en el desván donde juegan los niños, soñando viejas luces de Hungría por los rumores de la tarde tibia…”
Con "El pastor bobo" vuelve Lorca (las guitarras de El Paquete y Juan Antonio Salazar tienen un deje blues en la introducción) y con "Manhattan" vuelve Cohen. Traduciendo la increíble "First we take Manhattan" del canadiense, los sugerentes timbales de Eric Jiménez y el arpegio de una guitarra española hacen del tema algo más que una versión. Por no hablar de Estrella Morente, a la altura de la canción, del disco y de su padre: se tiene o no se tiene. Grandísimos los dos.
"La aurora en Nueva York" es Enrique Morente y Vicente Amigo. Nunca Lorca sonará mejor que en la voz del cantaor granadino. La conexión entre los dos es irrompible. "Sacerdotes" es "Priests" de Cohen en clave flamenco (y quien lo diría, las palmas se tocan solas aquí). En "Niña ahogada en un pozo" son Lagartija Nick los que llevan la batuta, con permiso de Morente, quien recita infatigablemente, casi ahogándose él mismo con los versos de Lorca. Las descargas eléctricas de las guitarras no tardan en llegar. Nunca sonaron tan bien las palmas y el feedback.
"Vuelta de paseo" es Morente "interrumpido" por Lagartija Nick. El estribillo con ese desgarrador "¡Asesinado por el cielo!" bien podría haber formado parte de la anterior entrega del grupo granadino, "Su" (Sony, 1995), pero claro, en la voz del cantaor es otra cosa. Una cosa seria: "Con el árbol de muñones que no canta y el niño con el blanco rostro de huevo. Con los animalitos de cabeza rota y el agua harapienta de los pies secos. Con todo lo que tiene cansancio sordomudo y mariposa ahogada en el tintero. Tropezando con mi rostro distinto de cada día. ¡Asesinado por el cielo!".
Otra grande, otra de Cohen su "Hallelujah nº 2", su "Aleluya" laico (como le gusta presentarlo a Morente en los conciertos). En la estrofa el maestro canta los versos de Cohen libremente, pero el estribillo le reúne con las guitarras y unos coros que congelan la sangre.
"Ciudad sin sueño" consigue lo mismo que "Omega". Un lento 3×4 donde las guitarras de Lagartija Nick (ahora sin distorsión) acompañan al cantaor de nuevo hasta el intenso arrebato final. Sin olvidar las palmas (por mucho que muerdan las guitarras eléctricas nunca se dejarán de oir las palmas, otra de las cosas por la que es tan grande este "Omega"). Y son esas palmas (más y más rápidas) junto a los timbales las que acaban por desbaratar al oyente del disco con un final apoteósico.
Un disco que agota, que fulmina, que emociona, que apabulla y que muchas veces anula. Un disco que escapa a sus creadores, a los detractores, a los que lo escuchamos una y otra vez con admiración (y casi con miedo). Un disco tan maravilloso como terrible que muestra lo que se puede conseguir con la música: todo.