Los Sirex se negaron a vivir de rentas, entrar en el circuito de oldies en el que habían sido encasillado y grabar nuevos arreglos de sus famosos temas de siempre. Al contrario, conducidos por su eterno bajista y arreglador, Guillermo Rodríguez Holgado, se plantean grabar un LP en el que todas las canciones serán inéditas, compuestas en los últimos dos años por el propio Guillermo. Esta arriesgada apuesta va a contar con el apoyo de Ariola y va a producir un más que aceptable album y dos singles importantes, especialmente el formado por «Maldigo mi Destino» (Ariola, 1980) que no sólo va a dar una lección de rock en castellano de alta calidad, sino que se va a colar en el exigente top 10 de ventas.
Los Sirex renacen con este long play de sus cenizas y rentabilizan lo que mejor han aprendido a hacer durante los veinte años anteriores: rock and roll tópico, sin complicaciones estilísticas, ni aceptar fusiones.
Verles actuar en aquellas fechas, en que se prodigaron en apariciones televisivas, era todo un espectáculo. Leslie en el centro, un paso por detrás las tres guitarras; los cuatro moviéndose al unísono en una coreografía basada en los conjuntos de los primeros 60. Al fondo, el impertérrito batería marcaba el ritmo sin alharacas, como un metrónomo. Recuerdo un presentador de televisión que les denominó “las paulovas del rock”.
Las dos canciones citadas anteriormente son dos claros ejemplos de rock and roll clásico, con una guitarra solista notable y una interpretación del cantante que en nada tiene envidia a las mejores grabaciones de su primera etapa. Sin duda, dos de las mejores composiciones del grupo en toda su historia. El contenido de este disco -el primero grabado por la banda en diez años- no acaba ahí. Otro tema destacable es “No está todo perdido” con su aire a beat añejo.