Un disco realmente único y rompedor, del que cuesta trabajo encontrar algo, anterior o posterior, que suene parecido. Pensando en cómo definirlo y la sensación que pudo producir en crítica y el poco público al que, desgraciadamente ha llegado, me viene a la mente la reacción ante ese plato estrella de la moderna cocina de diseño de Ferran Adrià, la tortilla de patata deconstruida, o tortilla del siglo XXI.
Ante esta receta, uno ha leído y escuchado de todo: la conclusión es que, al final, no se sabe muy bien si se trata de una genialidad, una extravagancia (o ambas cosas a la vez) o, incluso, para aquellos menos sutiles, si se trata directamente de una tomadura de pelo.
Pero esto ocurre cuando a uno se lo cuentan, aquellos que lo prueban, al margen de debates conceptuales que no van a ninguna parte, lo único que comentan es que el plato, sin más, sabe muy, pero que muy bien.
Con “Música Dispersa” (Diábolo, 1970) puede ocurrir algo parecido. Uno puede quedarse algo extrañado o desorientado si le cuentan que unos músicos han grabado un disco acústico, que parte de lo más tradicional (el folk lo es en lo musical, como la tortilla de patatas lo es a la gastronomía popular) para crear algo nuevo en donde las voces sean una especie de deconstrucción de la canción de autor. En la que se limiten a emitir sonidos abstractos, bien en forma de murmullos, o bien de forma onomatopéyica, sobre arreglos acústicos (guitarra, mandolina, swannie, bajo, piano, flauta, bongos, percusión, xiulet-silbato), todo ello acompañado de sonidos étnicos de inspiración árabe, o directamente de ruidos inquietantes.
¿Nos encontramos ante una obra genial o bien ante un disparate extravagante sin el menor sentido?. Escuchándolo, pronto vemos que no es ni más ni menos que una interesante colección de poéticas composiciones, hipnóticas y armónicas unas veces, inquietantes y ruidosas otras, pero casi siempre brillantes, en las que los músicos son capaces de transmitir sensaciones y mensajes sin necesitar expresarlos con palabras.
Comienza con “Diálogo”, unos juegos vocales, murmullos y carrasperas sin sentido con la que dejan claro que no se disponen a coger a nadie por sorpresa, sino que nos preparan para lo que vamos a escuchar en adelante. Los músicos van a ir enlazando un tema de carácter más melódico con otro de tipo más ruidista y extravagante.
Así, en “Hanillo”, las armonías vocales son muy melódicas, y el resultado es una canción tan bella como hipnótica, con la participación de guitarras, flautas y el swannie de Jaume Sisa.
Le sigue “Cromo”, un tema bastante inquietante a pesar de su tono festivo, casi cómico, entre el rhythm & blues y el ragtime más cabaretero, con un toque muy original aportado por los sonidos de xiulet (silbato).
Igualmente ruidosas resultan otras composiciones, como “Gilda”, un tema folk de corte árabe, y “Arcano”, la canción más psicodélica y estridente del disco.
El contrapunto lo ponen “Swani”, una canción de corte clásico, muy jazz, con sonidos de guitarra y piano que, junto a la harmónica y las voces, le dan un toque muy romántico y onírico. Sin duda, uno de los más bonitos del disco. Lo mismo ocurrirá con “Rabel”, otro tema muy clásico y tranquilo.
Entre medias se encuentran canciones como “Eco”, de influencia hippie, que nos recuerda a los sonidos de la Costa Oeste americana, pasando por Bob Dylan, lo mismo que “Cefalea”.
En resumen, una vez escuchado, se trata de un disco que, aun siendo extravagante y vanguardista, no es en modo alguno un sinsentido, un disparate ni, desde luego, una tomadura de pelo. Pero aunque por el otro extremo hay que opina lo contrario, tampoco se trata de una obra maestra. Un trabajo muy notable, interesante y original, con melodías de gran belleza y armonía y momentos de gran brillantez, que hay que escuchar por uno mismo, sin dejarse guiar ni por lo que le cuenten, ni por los prejuicios a favor o en contra que de inicio se puedan tener.
La portada fue elaborada por Selene, componente del grupo, basándose en «La Gran Ola de Kanagawa», de Katsushika Hokusai.