De las sesiones de «Miedo al Silencio» (Bankrobber, 2010), en las cuales se llegarían a grabar treinta canciones, se toman otras once para esta segunda parte, que pese a lo que pudiera parecer, no está ni mucho menos conformada por descartes. Y ello queda de manifiesto desde el primero corte: «Coge mi tierra», estremecedor, hondo, con el pesar de grandes flamencos como «La hija de Juan Simón» en voces aún más grandes como la de Antonio Molina.
La fórmula de Espaldamaceta es, a estas alturas bien conocida, sumirnos en un mantra suave y delicado, de dulce amargura paladeable, con canciones cortas, costumbristas, de desamor, desnudas y cuyas palabras se introducen lenta pero intensamente en nuestro nervio auditivo, como un arroyo, como un arrullo. Ejemplos, de sobra en esta entrega: «Ahora voy y tienes», «Por dinero» -más oscura, lacónica-, o la tristísima y cotidiana «No vuelvas tarde esta noche», que cuesta pensar sea «una cara B».
Como anteriormente hiciera con Leonard Cohen y Los Planetas, ahora llega el turno de Manel en «Dona estrangera», la cual lleva a su terreno, personal e inconfundible. Preciosa canción, y acertada incursión en el catalán, con idénticos resultados al de su debut en su «Cançó de bressol». Más curiosa es «Festival», revisión de Sigur Ros con la cual cierra el cupo de las versiones en el disco.
Ante tal derroche de creatividad -no se recuerda algo similar por estos lares desde la unión de esos dos genios bajitos como Algora y Nixon de vacaciones rejuvenedoras en esa fabulosa Costa Brava– parece que Espaldamaceta pudiera hacer canciones como quien prepara un café por las mañanas, pero lo cierto es que esto conlleva un gran riesgo, que podría empezar a acuciarse. Apabullados ante tal exceso de material, a veces es difícil distinguir un disco del otro y, de hecho, el que nos ocupa decae quizás acuciado por esta sensación de desgaste o de déjà vu. Lo cual no quita para que este sea, de nuevo, un trabajo con canciones enormes, plenamente disfrutable.