Los Veranos y los Días

Riqueza de contenido, belleza en la expresión y un fino hilo que teje estos dos elementos en un equilibrio casi mágico en el cual reside el valor estético de Dotore.

Centrado en el verano, el segundo trabajo de este donostiarra asentado en Barcelona hace de la etapa estival no sólo su temática, también, y en un papel más relevante, la manera de narrar y concebir la emoción. Porque sólo en verano pueden ocurrir ciertas cosas, o más bien ocurrir de determinada manera. Y es aquí donde comenzamos a hablar de amor, una vez más, pero una vez diferente al resto.

Motor universal del arte y la existencia humana, el amor de Dotore es real, se torna palpable y emotivo en su intensidad y sencillez. De nuevo sus composiciones nos hablan de instantes vividos por todo aquel que se acerque a sus canciones. Escritas en una prosa natural e ingenua, éstas giran en torno a los detalles que chisporrotean cuando el amor llega, cuando se va. Biblia de los pequeños instantes, donde lo común se reviste por un instante de candorosa belleza.

Sencillez en las letras y ternura en la música. A su habitual, si tal adjetivo puede referir un solo trabajo, predominio de la guitarra, esta vez Dotore añade, con gran acierto, arreglos de cuerda y viento, que multiplican la elegancia al tiempo que, en un ejercicio ilusionista, mantiene ese nivel de desnudez musical tan característico de su predecesor, donde de nuevo resalta el dominio de los silencios, juego rítmico para insuflar tensión y emotividad.

En definitiva, el nuevo trabajo de Dotore supone una visión romántica, tierna y optimista de uno de los sentimientos más poderosos, tratado de una manera brillante donde tal nivel de elegancia, belleza y buen hacer convierten a «El Verano y los Días» (Primo, 2010) en un disco para escuchar una y otra vez. Una y otra vez.