He de reconocer que ya de primeras me mostraba muy escéptico con el nuevo trabajo de Los Punsetes. Una predisposición global que flotaba en el ambiente, tanto en prensa como en público para deshacerse en elogios pasase lo que pasase -algo parecido a lo sucedido con el «Merryweather Post Pavillion» (Domino, 2009) de Animal Collective que, para que no quepan dudas julianruiceras, califico de discazo o «Where The Wild Things Are» (2009) de Spike Jonze, salvando las distancias; un videoclip anticipo de la mano de Luis Cerveró muy del rollo, con una canción aún más del rollo para la cual quizá uno ya no tiene edad, pero que encuentra más grosera que graciosa; una portada feota a cargo del chanante Joaquín Reyes, que poco parece tener que ver con el «universo punsete»; para rematar, el cuando menos controvertido David Beef a la producción. Vamos, todos los ingredientes para generar en mí una pereza terrible. Y no es que estuviera equivocado, pero al menos, no era para tanto.
Porque si bien a este nuevo trabajo de Los Punsetes, ante el cual todo el mundo se ha rendido de manera previsible, le falta mordiente («Los cervatillos» es una broma comparada con «Pinta de tarao»); resulta repetitivo e incluso, ¡pecado!, por momentos aburrido y plano, y supone un retroceso en cuanto al sonido personal de la banda (esta vez sí, demasiado planetero, debe sin duda de la producción), también ofrece cosas buenas, y es justo el así reconocérselas.
Una de ellas es precisamente la gran madurez que muestran musicalmente, así como el altísimo nivel técnico, que permite hacer gala de una solvencia que les basta para como poco liquidar la papeleta con eficacia en la mayoría de los cortes. Sí, musicalmente Los Punsetes son muy buenos, pero ¡ay!, ¿qué queda ya de esas originales historias? ¿Por qué han mutado en forzada sucesión de chascarrillos sin ton ni son («Estilo»), como si de sketches navideños se tratara?
Y otra es que saben hacer grandes canciones. Pese a lo lastrado de la producción, si de algo iban sobrados era de personalidad y de eso no se han olvidado, afortunadamente. Ejemplos hay muchos y casi todos apuntan a una vertiente que va menos dirigida a epatar. Canciones como «Por el vicio» o «Yo creo que creo en Satanás» son mis argumentos.
Me cansé de elogiar de Los Punsetes su capacidad para bordear con pericia la fácilmente franqueable barrera de la zafiedad. Adolece este LP, para el que suscribe estas líneas, precisamente de ello: donde antes encontrábamos fina ironía y socarronería, ahora encontramos obviedad. Quizá insultante. Tanto que a uno no le sorprende entender la palabra «polla» en «Hospital Alchemilla». Y eso, particularmente, me parece vulgar. Pero escucho «Cien metros para el cementerio» y, a pesar de todo, aún conservo la fe.