Pónganse en situación: estrella del rock muere prematura y trágicamente. De pronto la última obra del finado parece adquirir una nueva dimensión, y no tardan en aparecer los esforzados glosadores y exegetas que revelan al atónito personal las macabras premoniciones, las terribles coincidencias, las certeras profecías.
¿Les suena, verdad? Ahora, si son tan amables, lean lo que sigue:
“Ahora siento que llegó el día, que tengo ganas de vivir, de atravesar los muros y ruinas que aunque pase el tiempo están ahí, y florecer como un hombre nuevo sin miedo a las tragedias por venir.”
Lo canta Jesús de la Rosa en “Llegó el Día” (Gong-Movieplay, 1983). Pocos meses después de la publicación del disco en el que aparecen esas líneas, De la Rosa muere víctima de un accidente de tráfico. ¿Me lo tendrán en cuenta ahora si me dedico a ejercer de esforzado exegeta?
Es difícil no ver “Llegó el día” como una especie de profético auto-réquiem, similar al que Mozart componía en las memorables escenas finales de “Amadeus” (Milos Forman, 1984). En “De una nana siendo niño” nos encontramos con esto:
“Yo quiero ser como el río al despertar. Que su fluido me lleve buscando al mar.”
Como comprenderán, el exegeta que hay en mí se apunta mentalmente un tanto cuando les recuerda aquello de que nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar, que es el morir.
Pero la gran premonición de “Llegó el día” es la canción de título homónimo, en la que De la Rosa canta cosas como éstas en una atmósfera de serenidad casi trascendental. “Llegó el día” es uno de los mejores temas de Triana (también el de más minutaje), la gran despedida que sin duda merecía alguien como Jesús de la Rosa. Resulta complicado controlar las emociones cuando escuchamos esa luminosa letanía del coro de niños: “Iba vestida la aurora con rayos de sol / y en los cabellos prendida llevaba una flor”.
Todas las canciones de Jesús en este disco son notables, y demuestran, tras un par de entregas para olvidar, que el talento seguía estando ahí, prácticamente intacto. No podemos decir lo mismo de los temas de Eduardo Rodríguez. “Perdido por las calles” y “Aires de mi canción” padecen un histrionismo irritante y no contienen ninguna idea musical digna de mención.
No obstante algún que otro altibajo, “Llegó el Día” es un disco que suena a despedida, a fin de ciclo, a solemne recapitulación. Hay emoción a flor de piel y hay una voz alta como el cielo que se encuentra cansada de llorar.
Qué pena, Jesús, qué pena.