Último año de la década de los 70. Unos jóvenes inexpertos y con suerte entran por primera vez en un estudio de grabación y setenta horas después se obtiene un resultado excelente y rompedor, con un sonido de una elocuencia agresiva y rompedora para el año y sobre todo el país en el que estaba sucediendo.
Se consigue un disco de verdad, el más instrumental y progresivo de la banda con desarrollos pausados e imperceptibles que te transportan a través de cambios de ritmo e intensidad escrupulosamente medidos, conduciendo al oyente por un viaje desde los paisajes sonoros más naif a los riffs de guitarra más hardrockeros del momento -“Castigo”, “La nana”- y con himnos generacionales -“El tren”, “Este Madrid”- claramente influenciados por gente como Cream, Black Sabbath y grupos de la misma onda.
Es, en mi opinión, la etapa en la que Teddy Bautista comprende mejor las necesidades que el grupo le estaba pidiendo (a pesar de ser el primero) tanto a nivel de arreglos como en su papel de instrumentista a la armónica y los teclados; aporta los complementos que la música pide pero sin caer en el endulzamiento excesivo del sonido alcanzado en trabajos posteriores.
Un disco de temas largos, con una duración media que supera los cinco minutos por canción, pero que pasa en un suspiro por su redondez y homogeneidad. Las letras están cargadas con la nueva narrativa que Rosendo comenzaba a pergeñar por aquel entonces; denuncia social y vivencias personales con ese humor sarcástico de barrio tan particular y entrañable que le caracteriza. Temas como “El tren”, “Sodoma y chabola” o “Este Madrid” son claros representantes de su forma de decir las cosas.
Se trata, sin duda, de una más que digna presentación discográfica en sociedad que anticipaba una carrera intensa y llena de éxitos por venir.