Aquí podemos aullar ya sin limitaciones ni medidas en nuestros sentidos, la retrospectiva retroalimentada de «L’amor Feliç» (Sones, 2012) peca de todo, incluso de una joven vocación de disco conceptual y le sienta todo muy bien.
Este disco celebra sin pudor todas las travesuras y rasgueos de discos anteriores, empieza a esbozar las próximas religiones y llena de matices las bases de una filosofía de vida; un estilo tan indeleble como personal que ha ido seduciendo oídos a base de fe, trabajo duro y visión amplia. La incorporación de los hasta ahora mediopensionistas del directo Alfons Serra (batería) y Xavi Caparrós (bajo) al estudio, el horizonte de incluir los distintas prismas de las relaciones sentimentales en un solo disco, unas guitarras más voraces y estrelladas, la lírica de Carabén más desatada que nunca… todos son ingredientes encomiables para que podamos rezar aquello de: «yeeee ho han fet un altra volta«.
Por primera vez en toda su carrera Mishima vuelve la cabeza atrás y aquí los guiños a los hallazgos anteriores son implementados con ingeniosos arreglos, nuevas apuestas instrumentales y temas tan suculentos como el olvido, el juego, el misterio, el compromiso, la deseperación, la expansividad, el despecho, la derrota, la decadencia, el infinito y, por último, la soledad absoluta; todos ellos con un fondo de corazón en negro y rojo sangrante por los bordes que hacen de este disco una construcción más meditada, más ambiciosa.
Las conexiones con su pasado son más evidentes que nunca y no con ello queremos siquiera aducir falta de originalidad o inspiración, todo lo contrario: el armazón es conocido pero los colores, el cartón piedra y las enseñanzas siguen viajando hacia arriba.
El olvido que siempre es recuerdo extenuante halla su mejor vehículo en esa locura grandiosa que es «La vella ferida«, con ritmos desacompasados y jadeantes. Un corte que recuerda a «La tarda esclata«, aunque diferentes ambas parten de un patrón común: abofetear al respetable como si le echasen un jarro de agua a la cara para que despertase y empezase a volar.
La intención de Carabén con «Els vespres verds» era hacer una canción sobre las canciones. Nos encontramos con un medio tiempo que introduce otro de esos elementos que surcan el disco en varias ocasiones, es esta especie de evocación de música de tiovivo o de cajita de música siempre recortada por carraspeantes guitarras y que insiste en su eternidad.
«Ull salvatge» se abre sinuosa con ese bajo protagonista, la insistencia de los teclados en refugios de enigmas y esa semioscuridad en los derroteros opuestos de la belleza y del amor. Volátil pero certera y preciosista, se eleva y vuelve.
El single de adelanto del disco es «L’última ressaca«. La canción apuntala bien con ese ritmo de batería pro sixties todo lo conseguido en su CD precedente, los pasajes instrumentales con esos coros perfectos y esa cortina de huida reflejan los deseos de superación. Uno de los mejores cortes del disco es «Els crits«, pórtico desnudo a las nuevas indagaciones musicales del grupo, la deseperación asentada en esa soledad social asfixiante que David describe como «corazón lleno, mundo vacío» o «la angustia de cuando no oímos nuestros gritos«.
«El que em van dir» recuerda mucho al rollo hippie y «make love, not war» de aquel «Sunny day«. La expansividad de lo espiritual o ese «God is love» tan bueno de Marvin Gaye, lo acuñan los catalanes con una canción relajante y gloriosa apoyada por punteos suaves y telúricos.
«El camí més llarg» es pura dinamita. Un corte sobre ir creando vida dentro de nosotros mismos utilizando como escenario el paisaje que nos embelesa, descuidando citas, todo lo mundano.
No termina de convencer la adptación del poema de Louis Aragon musicada por George Brassens, parece obligado. A «No existeix l’amor feliç» le falta algo más de Mishima, excesivamente apegada a esa huella tenebrosa del original. El poema es conmovedor, perfecto y sirve como buen contrapunto de solemnidad al resto del disco pero, como digo, falta más Mishima en sus arreglos, en su composición. Así en cambio, fue mucho más acertada la musicación de «Els ametlers» quizá porque la hicieron ellos mismos.
La adorablemente gamberra «Ossos dins d’una caixa» rebaja todo aquel existencialismo fatalista romántico y tomando ejemplo de fraseo de aquel impresionante «Neix el món dintre de l’ull«.
«Rilke» es pura poesía musical, de hecho sólo la música bastaba para dejarse llevar, con el corazón sonoro acordándose de aquel «Vine«, ahora se trata del ádios infinito, de la soledad más buscada sin haberlo querido nunca. Pero es que resulta que este malnacido de Carabén no ha tenido bastante y aún nos pone más al límite, éste en tu soledad que es «Ningú m’espera» vale por toda su discografía. La voz con todo el vértigo asomada al abismo absoluto; la música es sólo el lápiz para decir «que nadie te espera, pero que no hay que tener miedo, que nadie sabe quien eres realmente, y tendrás que comer fuego, beber lluvia«.
Mishima no han dudado, se han expuesto y han vencido, lo demás… pues no importa.