Cuatro años han pasado desde el último trabajo editado por Paralitikos, aquel «Roma No Paga Traidores» (Rumble, 2008). Repiten en los mismos estudios, Vumeter, trabajando con Javier López Jato, Javeta. Como ya hicieran en «Alas de Cuervo» (Horror Business, 2005), para la portada vuelven a inspirarse en ambientes de cementerio; en esta ocasión resaltan al Ángel Exterminador de Comillas (Cantabria).
Presagian precisamente los tonos oscuros, violáceos de la foto de la portada las tormentas que se desatan en el interior. Y es que, a pesar de tratarse de un disco con el que la banda supera las inestabilidades vividas en el pasado, son pocas las concesiones que concede en música y actitudes. Paralítikos siguen mordiendo, se revuelven, enseñando los colmillos, que hincan en cuanto hay oportunidad. Sólo distinguen entre necios y héroes, delimitando a hachazos de guitarra la línea que separa santos, listos y falsos por un lado de los antihéroes y malditos al otro. Es a estos últimos, claro, a los que los cántabros dedican su prosa.
«La senda de los antihéroes» o «Lejos del redil» son muestras de esa poesía personal del grupo. Apologías para con quienes se ven espoleados en su rebeldía al sentir el pinchazo del alambre de espino en su carne. Son cantos del que defiende su condición de perdedor, del apartado del rebaño, de los que tienen prohibido el descanso eterno en el camposanto, y son arrojados a esa franja reservada a herejes y suicidas. «Maldito el que nació con poco / que vivió con menos y murió con nada«, dicen en sus canciones, «El rebaño no decide quién pasa a la historia. El destino y la muerte eligen sus leyendas«, añade como cita Ricardítiko en la información del libreto interior.
Es en forma de auténtico bramido además como escupen su verso. Referencian a Nietzsche como el profeta válido al que no se ha escuchado, o utilizan a Bécquer como literatura del alma y su rincones más oscuros. Su impronta se manifiesta en las letras de «Ojos de niebla» y del recitado final de «LXVI«.
Conjugan a su vez estas proclamas de batalla con su condición de poetas de la oscuridad, de bardos de cripta subterránea. Cuando se les pide poesía, es la muerte y sus proximidades más inmediatas las que realmente les inspiran. «Necrofilia» es un ejemplo, o la escalofriante historia de quien trabajaba con el material más cercano a los sin vida: «El escultor de cera«, de escucha obligada. Además, la vida, una puta baraja, una puta barata, y sus caprichosos designios no merecen la pena. Vivirla sin contemplación alguna es lo que sugieren en «La ruleta rusa«.
Cierto es que nunca hasta ahora habían sonado tan compactos, nunca los teclados estuvieron tan integrados, cubriendo atmósferas siniestras, o sintiéndose protagonistas dirigiéndolas a través de la apisonadora que construyen las guitarras de Ricardítiko y el bajo de Luisja. Incluso los coros aportan un punto extra cimentando ambientes, dejando apenas resquicio en un muro casi infraqueable de música, sensaciones y agobios.
Muchas veces son detalles concretos los que hacen grande un tema. Algo de eso ocurre desde el principio del disco, con la adaptación al lado oscuro de un cuento infantil, el de «La bella durmiente«. Es el terciopelo negro, los espinos, las telarañas, los esqueletos o la eternidad inerte en la que está sumida la protagonista, lo que realmente les interesa de una narración que además ellos acaban trastocando con un episodio de vampirismo. Guitarras como sierras en un primer plano, o derribándolo todo desde la línea del bajo y órgano. Un tema enorme.
Lo arropan, en el comienzo, otras dos canciones impresionantes, que comparten barreras de sónido implacables: el ritmo trepidante de «Dónde vas a pasar la eternidad«, con cuestiones acerca de lo lúgubre del infinito y de la actividad de «la parca» y «Ojos en la niebla«, con teclados que son auténticas cascadas de cristales.
En estado de guerra permanente Paralítikos no dudan en apuntar con el dedo a aquellos que nota en el mismo lado de la trinchera. Eskorbuto en «Lejos del redil» y Ana Curra en la belleza post punk que es «Diva perdida«, reciben sentido homenaje en el disco. Esta última canción aúna oscuridades y rotundidad de guitarras en uno de los mejores ejercicios del género.
No incluyen versiones esta vez, pero tienen hueco para temas de sectas adoradoras de imposibles divinidades marinas en las que ya se fijara Lovecraft.
Afianzada Elizia en los coros y teclados, y protagonista además de la estabilidad de la banda, sorprende con la nueva propuesta que sugiere para el sonido del grupo. Son suyos, en las voces principales, letras y arreglos tanto «To my enemies» como «Songs of the darkness«. Apuesta por el inglés y, sobre todo en el último tema, por atmósferas de bosques encantados y páramos hechizados que también tienen cabida en el espectro siniestro. Supone un más que interesante contrapunto a la rabia desde la garganta de Ricardítiko, que sumiso parece aceptar el paso adelante de su compañera, centrándose en afilar las cuerdas de su guitarra. Imperceptibles titubeos quizás pero que apuntan un camino que merecería la pena consolidar en la oferta de la banda.
Libreto jugoso de fotos varias y dibujos con las letras completan el que probablemente sea el mejor disco de Paralítikos hasta la fecha.