Con unos Hombres G haciendo mella en nuestras vidas con sus entrañables películas, este disco se abre propinándoles tal sopapo que si uno tiene un mínimo de humor es imposible sentirse ofendido y no esbozar una sonrisa, aunque te estén llamando gilipollas a la cara. Y es que las logradas imitaciones y los ridículos guiños en las letras de “G de gilipollas” hacen que compitan en candidez de igual a igual.
Coetáneo al primer trabajo de la banda del pingüino, “Un Pingüino en mi Ascensor” (DRO, 1987), esta primera entrega de Pabellón Psiquiátrico recoge de forma honrosa el testigo de discos de rock irrespetuoso y absurdo que escapan de la mera zafiedad, cuyo pater familias es el “¿Cuándo se Come Aquí?” (DRO, 1982) de Siniestro Total.
Sin embargo, es curioso que los temas que precisamente se recuerden y que en su día encandilaron a sus fieles fueran, por norma general, los más soeces, evidentes y cercanos a caer en la vulgaridad: “Inmaculada” y “La flauta de Bartolo”, temas que sólo siendo benévolos logran escapar, ayudados sobre todo por el acertado ritmo que se les imprime, divertido, animado y tremendamente pegadizo.
Pero afortunadamente, el disco ofrece mucho más que eso. Canciones trepidantes y persecutoras, con protagonismo de guitarras, letras surrealistas y delirios de subnormalidad muy al estilo del pater, tales como “El hombre de Colón” o “Las momias no tienen novia”. Un genial tema eminentemente punk como “¡Guarra! ¡Foca!” sobre una bailarina de jota aragonesa y polka escocesa cuyas virtudes no es necesario enumerar. Analogías con los “30 Años de Éxitos” (Ariola, 1986) de Los Toreros Muertos, con una cabina amenazada por agüita amarilla y un olé a un torero fallecido.
Y, sobre todo, queriendo pasar desapercibida sin conseguirlo, “Emilio ‘el Pocero’”. Composición de pop ochentero tan melancólica como sobresaliente, con la cual El Patuchasparece reivindicar su pedacito de dignidad.
Sin duda, canción clave del disco para todo aquel que mire un poquito más allá del simple cachondeo, dotada de un carácter muy personal gracias al atinado uso a manos de Juanma Copé del siempre peligrosamente cargante saxo.