Sin duda, «La Revolución Sexual» (Elefant, 2007) fue la confirmación en todos los aspectos de La Casa Azul: éxito comercial, éxito de crítica y reconocimiento, por fin, de una de las mentes más privilegiadas para la melodía y la producción en la España del siglo XXI, premio Goya a la mejor canción original incluido. Aquel disco, toda una declaración de felicidad, de dejar de lado lo malo y abandonarse al disfrute de cualquier clase, encuentra cuatro años más tarde su reverso. Y es que Guille Milkyway ha tardado unos años en dar una respuesta a un momento dulce, y lo ha hecho con «La Polinesia Meridional» (Elefant, 2011), presentado en un envoltorio parecido en la superficie, pero totalmente opuesto en su concepto. Realmente podemos hablar de un disco melancólico, triste y angustioso a ritmo de disco, bubblegum, northern soul y pop.
Probablemente el mejor ejemplo de esta combinación de música festiva con temática oscura sea la fantástica «Colisión inminente (red lights, red lights)», un tema con orquestación épica y de melodía adictiva que narra la fina línea que separa un estado emocional feliz y eufórico de otro negro y depresivo. La nostalgia es quizá el sentimiento que más aparece, el leve recuerdo de una juventud lejana y perdida. El pasado olvidado, el presente negro y el miedo al futuro impregnan casi todos los temas de un modo u otro, combinando las ganas irremediables de lanzarse a bailar con el golpe de realidad y mal rollo que transmiten las letras. Aunque se vislumbren destellos de optimismo, acaban por tornarse agrios y prácticamente invisibles en el conjunto del disco.
Así, la rabia de no poder volver a ser joven se refleja en «¿Qué se siente al sertan joven?» o «Los chicos saltarán a la pista», mientras que el miedo al futuro y a la muerte quedan expuestos en la muy costumbrista «La vida tranquila», que acaba por convertirse en una de las canciones más tediosas del álbum. Incluso Guille Milkyway se acerca a la política y a la crítica social, mostrando un mundo que se derrumba ante nuestros ojos sin posibilidad de intervención en «Europa Superstar» o «Sálvese quién pueda». Canta también contra la tontería y la superficialidad en «La fiesta universal», quitándose el yugo de la modernidad y la vanguardia, haciendo una pequeña oda al amor y a la tranquilidad. Sí, este tema podría ser uno de esos destellos de buen rollo del disco, ya que, aunque desde el rechazo, habla de liberación personal.
Es habitual que La Casa Azul repita recursos y tics de un disco a otro, y la pasión por citar a sus ídolos musicales ha recorrido la carrera del proyecto de Milkyway, desde «El secreto de Jeff Lyne» a «Esta noche cantan para mí». En «La Polinesia Meridional» el name dropping invade «Terry, Peter y yo», y donde estaban Astrud Gilberto o Dusty Springfield, aquí encontramos a Doris Day y a Liza Minelli. También retoma el easy listening con éxito en el tema que da nombre al disco. La producción de spectoriana tiene, como siempre, su hueco en «Sucumbir» (época Ramones) y en «La niña más hermosa» (época The Ronettes).
A pesar de este giro en las letras, La Casa Azul nunca ha sido un proyecto caracterizado por la reinvención constante, con lo que las sorpresas a nivel de sonido son escasas, por no decir nulas, y es quizá lo que más se echa de menos, que la sorpresa se quede en el regusto amargo que dejan los temas tratados. Sí que hay algo más de ruido y de épica, y alguna canción con estructura enrevesada, pero son chispazos que no llegan a novedad. Las referencias siguen siendo las mismas, y es que Guille Milkyway las tiene tan claras (el disco, Phil Spector, la ELO, el lounge…) que parece no necesitar nuevas. Ahora solo falta que sus fans opinen igual.