Una vez que Miguel Ríos ha salido de Hispavox y entra en Polydor, donde encuentra un mejor ambiente, se dispone a llevar a cabo sus proyectos de un álbum conceptual de rock progresivo. Se instala en Torrejón de Ardoz, muy cerca de la base estadounidense, y esta le sirve de referente en su obra. Echa toda la carne al asador: se rodea de un excelente equipo de músicos -a destacar el teclista Mariano Díaz y el guitarra Tony Ponce, junto a quienes firma, conjuntamente, por separado o acompañados de Fernando Miranda, todos los temas del disco, a excepción de «Buenos días, Superman«, que es obra de Víctor Mª San José Sánchez-, el propio Miguel se encarga de la producción, cuenta con destacadas colaboraciones de Massiel -«El consultorio atómico de la sra. Pum«- o Jeanette -«Instrucciones a la población civil (en caso de alarma nuclear)«-… En definitiva, es su obra, plena y total.
Expliquemos ahora qué relata «La Huerta Atómica (Un Relato de Anticipación)» (Hispavox, 1976). El protagonista de esta historia vive junto a una base nuclear, entre árboles y bombarderos, en la llamada Huerta Atómica. En un momento dado, cae una bomba atómica justo encima de su parcela, a 500 metros de la base. Todo ser vivo muere, pero él sobrevive bajo una burbuja generada, por razones incomprensibles, bajo la explosión. A su alrededor se amontonan los espectros de todo ser fallecido: él es el único ser humano que queda con vida. Consciente que en tal condición sus esperanzas de supervivencia son nulas, y horrorizado por lo acontecido -y aquí viene lo bueno- se sacrifica para, a partir de él, generar una nueva humanidad libre de tales atrocidades (la similitud con eso que están pensando no es casual, pues esto es relatado en la capítulo «La canción del Megacristo» y una ilustración interior despeja toda duda). Entonces, despierta. Todo ha sido un sueño durante la siesta; qué alivio. Mira a su alrededor y, en efecto, ahí sigue: viviendo junto a una base nuclear. Harto, decide marcharse del lugar, pero entonces por la radio suena la alarma nuclear, seguida de una explosión. Fin.
Todo esto se ve salpicado de diversos fragmentos que son los que dan esencia al concepto: por un lado, el inicio del relato, con los contrastes del paisaje primaveral, la belleza campestre, invadida por la base; el encuentro sexual con Katherine… Por el otro, el absurdo de armarse por la paz, la vigilancia del orden mundial por parte del ejército estadounidense, etc. Y especialmente, la brutalidad del armamento nuclear. Y esto se hace evidentemente notorio porque, y tal como se detalla en las notas interiores, si bien el disco está salpicado de diversos efectos de sintetizadores, las explosiones son explosiones nucleares reales.
La historia, que en su secuenciación musical me recuerda bastante a la ópera rock de The Who, «Tommy» (Polydor, 1969) -aunque su estilo tiene más que ver con Genesis u otros grupos de rock progresivo-, realmente engancha. Está bien narrada, bien secuenciada, con pasajes altos y bajos, escenas circunstanciales que le dan mayor consistencia y capítulos decisivos. Entonces, ¿cuál es el problema? Pues que, lamentablemente, el relato -lo conceptual- se impone sobre la música -lo tangible-, que queda en mero transporte. Consecuencia de ello, hay momentos brillantes y momentos vagos, poco desarrollados o simplemente excesivamente alargados. Sin embargo, como ya se ha apuntado, la experiencia es total. El álbum fue un sonoro fracaso en su momento; probablemente el mayor de su autor. Hoy es una obra de culto en Corea del Sur y Japón. Porque los valores e ideas, aunque la formas sean antiguas, no pasan de moda. Si existe la amenaza, existe el miedo.
No se deje influir por una cuestión de puntuaciones, punto arriba, punto abajo. Si hay un disco de Miguel Ríos que se debería escuchar, es este.