Así, de primeras, y habiendo escuchado sólo el single «Dannaya», había anticipado que «I Ka Kene» (Sony, 2010) sería la confirmación de que Dover estaban acabados. Sus últimos pasos no habían sido del todo acertados, y especialmente el recopilatorio «2» (EMI, 2007) mostraba a un grupo que había tocado fondo. Pero, sin ser un trabajo de suficiente siquiera, «I Ka Kene» casi se salva de una quema indiscriminada gracias a ciertos (pocos, poquísimos) destellos de calidad que finalmente acaban empañados por muchas dosis de mediocridad y dejadez. El cacareado giro africanista de Dover se acerca mucho más a la banda sonora de «El Rey León» (Rob Minkoff y Roger Allers, 2004) que a Vampire Weekend o a El Guincho, por poner un ejemplo más cercano. Además, como novedad introducen el uso del francés y del bambara, lengua de Malí, país en cuya música dicen haberse inspirado. No sé si lo que quieren es traspasar fronteras, pero experimentando con el castellano y con el apoyo de una multinacional abrirían un mercado, el latinoamericano, que es bastante más poderoso a todos los niveles que el francófono y el africano juntos.
Empezando por el mencionado single, es una canción cutre, que ya no roza la vergüenza ajena, sino que se sumerge en ella y se regocija, alcanzando unos límites inaceptables que fácilmente podrían convertirla en el guilty pleasure de 2010 para muchos. Pero esas gaitas electrónicas y esa melodía tan repetitiva son evidentes signos de canción hecha para la radiofórmula (y, pensando maliciosamente, para que los blogs indies se hinchen a criticar… que hablen aunque sea mal). Un desastre que hace presagiar lo peor. La realidad es que el disco tiene muchísimos momentos tan lamentables como «Dannaya»: véase el falso acercamiento al italo disco de «Under your spell», que empieza bien y a los diez segundos se convierte en un descarte de «Follow the City Lights» (EMI, 2006), al igual que «A bullet to the heart»; el africanismo de 40 Principales de la canción que da título al disco, o las canciones cantadas en francés, que producen mucho rechazo a la primera y a la quinta escucha. Pero deja espacio para un par de canciones que sí que dan la talla, más que nada porque lo que tienen alrededor es horrible y el listón queda bajísimo.
Es innegable que Dover siempre han tenido mano para las canciones más delicadas, en los momentos acústicos suelen acertar, y esta vez se podría salvar (por elegir algo) «Yafama», por esa guitarra y esa percusión (no por la melodía, desde luego), aunque la batucada brasileña en medio de la canción sobra por todos lados, y «Any love», que concentra todo el optimismo que necesita alguien para enfrentarse a cualquier cosa que la banda madrileña viene haciendo en los últimos años. A pesar de todo, ninguna de las dos llega a la suela del zapato de cualquiera de sus discos rock. Una pena. Por lo menos el disco es corto y se pasa en un santiamén.
Sigue siendo incomprensible por qué una banda como Dover, conocida por todos, necesita girar hacia un estilo comercial y para todos los gustos, y no arriesga hacia terrenos algo menos manidos aprovechando su posición y sus supuestas ganas de experimentar y hacer algo diferente. Desde luego, el camino elegido les traerá giras, dinero y presencia, pero el respeto y el prestigio hay que cuidarlos, y parece que Dover se han olvidado de hacerlo.