“Dormidos al tiempo y al amor / un largo camino y sin ilusión…”
“Hijos del Agobio” (Gong-Movieplay, 1977) es un disco que toma partido. Era difícil no hacerlo en la España de 1977. Si en “El Patio” (Gong-Movieplay, 1975) las letras presentaban metáforas veladas sobre la libertad, en todas sus vertientes, aquí las alegorías dejan paso a un lenguaje directo y valiente. Aquí a las cosas se les llama por su nombre. Como muestra, un botón: “Se oye un rumor por las esquinas / que anuncia que va a llegar / el día en que todos los hombres / juntos podrán caminar” o “Queremos elegir, sin que nadie diga más / el rumbo que lleva a la orilla de la libertad”.
La otra gran diferencia respecto a “El Patio” es la cuidada producción, minuciosa en extremo, que explota al máximo las cualidades del sonido del grupo. Además, podemos decir que “Hijos del Agobio” es un disco conceptual. El concepto, si me lo permiten, no sería otro que el cabreo ante la situación en la se vio inmerso nuestro país tras la muerte del dictador. Las canciones de “Hijos del Agobio” rezuman furia, indignación, son combativas, indómitas.
Pero vayamos paso a paso. Musicalmente hablando, Triana nunca estuvo tan cerca de King Crimson. La sombra de Robert Fripp planea sobre casi todas las intervenciones de Antonio Pérez. Canciones como “Ya está bien” o “Necesito” podrían ser la versión “trianera” de la célebre “21st century schizoid man”.
Jesús de la Rosa se reafirma aquí como uno de los vocalistas más fascinantes que ha dado nuestra música. No se pierdan su sobrecogedor lamento cósmico en “Sentimiento de amor”, un eco escalofriante que llega desde muy lejos, desde muy alto. Es asombroso cómo resplandece esta música. Muy destacable es también “Recuerdos de Triana”, brillante continuación del solo por bulerías con el que Tele nos dejó boquiabiertos en “Abre la puerta”. Como pasa con otros grandes solos de batería, aquí Tele consigue sonar melódico con el menos melódico de los instrumentos. Sorprende la contundencia africana que adquieren en sus manos las síncopas flamencas. Max Roach lo habría flipado.
La cumbre melódica del disco es, sin duda, “Sr. Troncoso”, un emocionante retrato de un paria anónimo, uno de esos populares “gorrillas” tan típicamente sevillanos que, circunstancias de la vida, terminó haciéndose compadre del grupo, según confesó en una entrevista el propio De la Rosa. Se trata de una bellísima abstracción del latido monótono del fandango, cante cuya característica crudeza es aquí hábilmente reemplazada por un delicado lirismo.
Tampoco debemos olvidarnos de “Del crepúsculo lento nacerá el rocío”, optimista epílogo en el que Eduardo Rodríguez se destapa como un cantante de gran personalidad, y en el que el grupo vuelve a exprimir las posibilidades de unos de sus inventos más destacados: las bulerías-progresivas.
Olvídense de los nombres habituales: “Hijos del Agobio” es la banda sonora más bizarra y descarnada de la etapa más convulsa de nuestra historia reciente.
“Despiertos al tiempo y al amor / un largo camino y con ilusión…”
“Qué importa si es largo el camino / del crepúsculo lento nacerá el rocío”