Sencillo editado por Edigsa dentro de su apuesta por aquellos grupos nuevaoleros que no estaban radicados en Madrid y, por tanto, carecían de oportunidades. Se trata de un disco totalmente intemporal, que podría estar sonando ahora mismo y nadie identificaría su edad.
Contiene un rock and roll de corte clásico, modelo años 50, de esos que podríamos considerar «de manual», interpretado a toda velocidad y producido con gran sencillez, sin estridencias, con acompañamiento de piano incluido.
Si la cara A resulta un tanto convencional, la B es una de esas joyas ocultas del pop-rock español de principios de los 80: un sensacional y saltarín medio tiempo acerca de la rutina diaria, que podía (y debía) haber sido cara A perfectamente, y que lo tenía todo para triunfar. Claro que, para eso, había que conocerla.
No es de extrañar, escuchando estas canciones, especialmente la «Balada de los días grises«, que la discográfica apostase por Doberman pese a no ser un grupo de los que se podían considerar modernos ni residir en el Mediterráneo, cerca de la sede de la discográfica, que estaba ubicada en Barcelona.
Lo que sí está claro es que la banda merecía mucha mejor suerte.