Impermeable a los gigantescos engranajes del la industria e impertérrito ante los dictámenes del tirano llamado tendencia de la moda, José Ignacio Lapido aguanta estoico el devenir de estos tiempos de crisis -entiéndase crisis como una época difícil en más de un sentido-. Lo hace trayendo un disco personal, muy personal. Al contrario que muchos que apuestan por nuevas directrices y hablan de renovarse o morir (conste que no estoy en contra en absoluto), el guitarrista andaluz se sale por la tangente haciendo las cosas a su manera, él no puede trabajar si no se encuentra absolutamente cómodo en el plano creativo.
La verdad sea dicha, al señor Lapido no le hace falta reinventarse, ni abrir nuevos caminos de investigación sonora; y es que su nuevo trabajo está repleto de canciones muy sugerentes: “Un día de perros” o “Muy lejos de aquí” muestran sin prisas su plácida desnudez. Lapido le da concienzudamente a la rueca y al torno para darle forma a las pequeñas piezas de artesanía que nos va presentando en este disco. “Cosas por hacer” o “Está que arde” tienen además el punto de ensoñación que necesita el que observa la realidad desde fuera del meollo. En cuanto a “40 días en el desierto«, sólo puedo decir que es maravillosa, seguramente la mejor del disco. Y con todo esto, el granadino no renuncia a un rock más enérgico y de corte más eléctrico, “Cuando por fin” o “La ciudad que nunca existió”; sin salirse de lo sutil de las maneras de otras canciones más intimistas, se plantan en un rock clásico que funciona muy bien, nada de elementos que puedan apartarnos del mensaje, del concepto. Ruedas de acordes a la guitarra rítmica y un riff que siga el patrón bien ajustado a lo acordado; sota, caballo y rey. Y mira tú qué bien que quedan.
Quizá no sea el disco más original, ni el nacimiento de un nuevo estilo, ni la invención de algo distinto; pero estamos ante un disco lleno de matices y claroscuros firmado por un artista valiente y que se atreve a seguir sus convicciones creativas.
A mí con eso me basta.