Empiezan a dar The Pennycocks señales inequívocas de haber dado con el rumbo justo, y no hay visos de que vayan a levantar el pie del acelerador. Su apuesta por los sonidos más añejos del punk añadiendo a sus discos un regusto con algo de vintage ha encontrado definitivamente su hueco en los aficionados del género. Si ya en su anterior trabajo no tuvieron problema alguno por incluir en su música pinceladas decididas de soul, el cuarteto catalán se lanza en esta ocasión a un órdago similar, coherente con su manera de entender el punk rock. Y es que no parece una decisión aleatoria la de haberse sumergido en la década de los primeros 60 a la hora de buscar inspiración para las versiones incluidas en este «Fake Gold & Broken Teeth». Las lecturas que hacen de «Bottle of wine» de The Fireballs, «So excited» de The Equals y «Jibba jab» de Tic & Toc, dejan en evidencia a los temas originales, a los que uno parece exigir una marcha más al haber escuchado cómo las interpretan The Pennycocks. Además una escucha del último de estos tres cortes te hace pensar en Slade, por ejemplo, en su glam de barrio obrero, más cercano al pub rock correoso y proletario que al glamour de las plataformas y lentejuelas de otras versiones como Gary Glitter. La comparación podría extenderse aún más en lo visual, con la similitud de la imagen que da aquí el cuarteto de Barcelona con la de aquel «Play it Loud» (Polydor, 1970) con la que se estrenaban los ingleses.
Como en ocasiones anteriores, en las que el trabajo gráfico ha corrido a cargo de Adri, su cantante, integrando las fotos de la banda de Mireia Bordonada y Jordi Dulsat, el grupo cuida esa atmósfera que hace que cada disco rezume algo de atemporal, haciendo dudar sobre su verdadera fecha de edición. Todo, desde colores, dibujos y diseño de logos apuntan a esa vuelta hacia atrás al reloj.
Pillos, bribones, gamberros de callejón, vagabundos a ojos de algunos en lo que ellos se sienten reyes, exhibiendo dentaduras en las que se alterna el oro falso con las mellas, gitanos urbanos…, si antes eran los diablos, todos estos otros personajes son ahora los protagonistas de la nueva entrega. Y metidos de llenos en el papel no evitan ser fotografiados en las hojas interiores como lo harían los componentes de Mano Negra. Pandilleros que sólo se plantean la necesidad de ganar dinero para poder pagas sus cervezas y noches de futbol.
Hablan de Jam, Cockney Rejects y Stiff Little Fingers como pilares de su música, y efectivamente vale la descripción. A ese aire UK punk de finales de los 70 suenan en más de una ocasión en esta nueva entrega: «I need a job«, «C’mon gipsy» o «Young and fool» donde se muestran trepidantes y urgentes. Ahora, puestos a añadir más ingredientes a la receta a mi se me ocurre hablar de los Clash más inminentemente rockeros, los del «Give’ Em Enough Rope» (Epic, 1978), al escuchar la sobresaliente «Too cool for school» o, a los mismos Chelsea cuando se ponen más crudos y ariscos en «Shake ya«.
Compaginan momentos más intimistas y ralentizados de «You’ve got me baby» con los arranques como si de una versión punk de los Who se tratase de «I’m a little devil«.
Pero sobre todo, lo que de verdad han logrado es consolidar un sonido personal y característico. Cuando se escuchan cortes como «You wanna smoke me» o «It’s my life«, con los que abren y cierran el disco respectivamente, se está oyendo puro sonido Pennycocks cien por cien.
Grabado y mezclado en los Kápita Studios por Albert Susmozas y Jordi Pla, y enviado a masterizar a Mike Mariconda el nuevo disco de Pennycocks, el disco cuenta además con una lista amplia de colaboraciones que han resultado fundamentales para ese revisionismo de los 60 que se habían propuesto: Vuelven The Penguins y su sección de viento, órganos hammond de Pere Duran, pianola de época-saloon de Carlos Peñafiel, armónica de Víctor Strong Boy, contrabajo rocker de Eric Fece y coros varios.