Amigos como son del formato corto, del single o EP como expresión para el punk que hacen, Obediencia sorprenden a sus seguidores llegando a los ocho temas en esta su nueva entrega. Decían haber llegado a la grabación con bastante material en las manos, porque de aquel «El Ángel Exterminador» (La Sólo para Punks, 2014), su disco anterior, hacía ya tres años. Pero recelosos ante cualquier empacho se encargaron de reservarse hasta cuatro canciones de las que grabaron en los estudios madrileños Musigrama con Pablo Martínez en febrero de 2016 para futuros compromisos. Las mezclas, en un segundo intento, tras desechar la inicial intentada in situ, fueron realizadas entre enero y abril del año siguiente por Jonah Falco en Londres, mientras que el master lo preparó Daniel Husayn en junio de 2017 en la North London Bomb Factory de Glasgow.
Vuelven a situarse en lo referente a la estética y el diseño gráfico en esos blanquinegros color sepia que parecen hablar de un pasado en el que todo era más fácil, o al menos al que se puede acudir huyendo del presente que agobia. Una época pretérita a la que escapar cuando a uno le acucian las angustias y los infiernos personales, aquellos que nos impiden relacionarnos con el resto y actuar acorde a una normalidad establecida.
Precisamente de eso hablan en «Miedo«, con la que arrancan el disco. Miedo como forma de actuación, ante la presión de lo que se espera de uno, obligándose a analizar a cada paso qué es lo que se ha hecho mal. Si en la letra es posible distinguir el ansia vital que mueve (o figuradamente lastra) la narrativa de Obediencia, también en lo musical son gratamente reconocibles.
No creo que sea demasiado forzado buscar conexiones similares a esa vena anímica oscura en otros de los títulos, como el que hace pensar en irritación o urticaria al intentar tocar desde fuera, la barrera defensiva interior que permite ahuyentar a la gente («Ortigas«), a la exposición ante la inclemencia externa, a la humedad que como dice el título del disco, erosiona («Bajo el temporal«) o a la localización bajo tierra de esa guarida en la que cobijarse («Sótano«).
Desechar gestos, desaprovechar movimientos, encontrar palabras que nunca se dirán… en «Pusilánime» puede que haya asimismo mucho del inmovimilismo que acarreaba la timidez e introspección extrema a la que cantaban The Smiths. Y si bien, nada hay de pop en la propuesta de los madrileños, sí que es acreditable el aparente intento por jugar con melodías intimistas, lentas, incluso suaves, que antes no existían en el espacio sonoro que tejen a su alrededor con su música. Esa novedad es la que percibes en «Sótano«, una auténtica preciosidad en la que tras el fondo, más contenido que otras veces, Joana desgrana sus ganas de desaparecer, de dejarse caer.
En cualquier caso, la crudeza habitual de la música de Obediencia pasa por ir construyendo tensión, ir electrificando el ambiente sobre el que las melodías vocales son transfiguradas por los coros de ruptura de Víctor. Es así como, por ejemplo, se desenvuelve «Bajo el temporal«, en el que el aporte vocal desde atrás garantiza la imposibilidad de llegar a ningún acomodo, a ninguna posición de suavidad y estabilidad. Sobreviven con todo unas guitarras especialmente elegantes.
En «Tabula rasa» sin embargo, se añade un punto oscuro a la corriente eléctrica con alambre de espino de las cuerdas del bajo y guitarra. Hay también coros que responden desafiantes o directamente estribillos combativos para describir un apocalipsis caido del cielo en «Lenguas».
Muy probablemente, casi sin saberlo, Obediencia estén alcanzando ese punto de exquisita madurez con el que seguir modelando rosas de cristal helado. Algo que por otro lado ya han descubierto y reconocido muchos, cada vez más.