Ya entrados los 90, y cinco años después de la disolución de Pistones, Ricardo Chirinos y Juan Luis Ambite deciden, poseídos por un arrebato de nostalgia, resucitar la formación. En esta nueva etapa, ambos miembros originales se encargarán de las guitarras, incorporando dos nuevos miembros, José Marín como bajista y Rubén Fernández en la batería. Con estos músicos, los Pistones parten de cero, integrándose en el circuito habitual de conciertos de la escena madrileña, y firmando un contrato con Sony, que les editará este disco.
La formación, ya propia de un grupo de pop-rock clásico (dos guitarras, bajo y batería) y la propia calidad y experiencia de los músicos, aporta cierta solidez al sonido. Pero los resultados, sin estar nada mal, carecen por completo de la brillantez que los Pistones habían demostrado en ocasiones precedentes. Las canciones, de un pop-rock muy clásico, correcto y muy bien interpretado, resultan, en general, previsibles, frías y con poca capacidad para emocionar.
Claro que aún quedan destellos de la creatividad, imaginación y facilidad para construir estribillos con gancho y cambios de ritmo vibrantes, como “Querida ciudad”, “La banda rival” o, sobre todo, “Vivo para caminar”. O para componer buenas baladas como “Despertarte”. Pero lo cierto es que lo mejor de este grupo ya estaba hecho.
Como en todo disco de los Pistones, en este también se incluye la canción que marca la diferencia, el hit que, en este caso, es “La escapada”, un sensacional tema que recoge, una vez más, lo mejor del talento de Ricardo Chirinos como compositor pop/rock.
Pero no fue suficiente, a pesar de la promoción, que esta vez si estuvo algo más a la altura. Los gustos eran ya otros y parece que, todavía, no era momento para la nostalgia y el revival ochentero.