Comencemos con el titular: la muerte de Miguel A. Benítez fue para la música española una tragedia comparable a la que supuso para el rock anglosajón la desaparición de Kurt Cobain. Si no mayor aún, ya que nuestro anémico panorama no anda precisamente sobrado de talentos naturales de la envergadura del Migue. Para que nos entendamos: aquello fue una auténtica putada.
Resulta loable la voluntad de Marcos y Diego de seguir adelante con Los Delinqüentes. Es una decisión valiente y supongo que muy meditada. En este contexto, “El Verde Rebelde Vuelve” (Virgin, 2005) se presentaba a priori como la mayor incógnita en la todavía corta trayectoria del grupo jerezano. ¿Serían capaces de superar el durísmo palo?. Lo que es incuestionable es que la causa garrapatera contó con apoyos muy significativos en esta nueva e incierta etapa: nombres de la talla de Kiko Veneno, Rafael Amador, Gualberto o Diego Carrasco no dudaron a la hora de arrimar el hombro. Sus apariciones estelares hacen que el tercer disco de Los Delinqüentes esté muy lejos de ser una completa decepción. Aunque, las cosas como son, escuchándolo uno tiene la amarga sensación de que algo se ha perdido para siempre.
Para empezar, las espectaculares aperturas de discos anteriores encuentran en “El show de los rateros garrapateros” una tibia continuación, aunque también es cierto que es imposible no caer rendido ante el encanto del estribillo de “La primavera trompetera”, otra conquista rumbera (y van…). “Después” es el obligado recuerdo al Migue y la canción más emocionante del disco. Optimismo contagioso a ritmo de tanguillos gaditanos, con una notable colaboración de Bebe y el deslumbrante sitar del ex-Smash Gualberto.
Con “Ya nadie te quiere” entramos en el pantanoso terreno de la canción protesta, un registro que no les va nada. Los bajos fondos de la prensa rosa y la telebasura son el blanco de los dardos de esta rumba intrascendente en la que Diego Carrasco hace de las suyas. La cosa mejora bastante con “Chiclana”, sobre todo cuando escuchamos la inconfundible voz de Kiko Veneno.
“Pirata del estrecho” es un reggae muy conseguido, mientras que los guiños country-sureños de “Johnny Chaparrón (El Hombre Lluvia)” dejan bastante que desear. Rafael Amador es el gran protagonista de “Estoy sentado en mi cama” , en la que nos empezamos a cansar de tanta rumba buenrollista. “No llevamos ná” son unos simpáticos pero prescindibles tanguillos y es en “El abuelo Frederick” donde se hace más dolorosa la ausencia del Migue. Volvemos a escuchar aquí su poderosa voz, recogida en una antigua maqueta en la que introduce brevemente la canción. Cuando Marcos regresa al primer plano se apodera de nosotros una sensación parecida a la de un coitus interruptus. Con todos los respetos hacia El Canijo. Por otra parte, no es de extrañar que ésta sea una de las mejores canciones del disco.
Entre lo mejorcito está también la bluesera “No me quites mi tomates”. Ya casi habíamos olvidado que estos tíos eran rockeros. A destacar esa guitarra genial de Rafael Amador. “Trabubulandia” es una fiesta lisérgica por bulerías de Jerez, que nos presenta a unos personajes destinados a convertirse en iconos garrapateros: los trabubus, esos traviesos duendecillos.
Por su parte, “El increíble mundo donde habitan los calcetines” y “El polígano chimenea” son dos breves sketches musicales que no aportan demasiado al conjunto.
“El Verde Rebelde Vuelve” no es un mal disco. Las ventas no se resintieron y las nuevas canciones fueron acogidas con entusiasmo por la gran mayoría del público, algo que no podrá poner en duda nadie que haya asistido a alguno de los conciertos de las últimas giras. Sin embargo, ¿qué queda de Los Delinqüentes? ¿Dónde están el rock, las letras surreales, el lirismo espontáneo, la mordiente? Desde luego, no en este disco. Aquí sólo hay buenrollismo de usar y tirar.
No es culpa de nadie.