Como el propio grupo, el primer disco de La Casa Azul, (en realidad un mini-LP con seis canciones “oficiales” que aparecen en los créditos, una intro que no aporta gran cosa, y un bonus track en clave acústica) hay que situarlo dentro del contexto del momento. “El Sonido Efervescente de La Casa Azul” (Elefant, 2000) es un disco casi imposible de imaginar tan sólo dos o tres años antes dentro del panorama de la música independiente española. Panorama que nada tenía que ver con el del cambio de siglo y la explosión de música pop en español que acaeció tras el boom comercial del primer disco de Los Fresones Rebeldes, y el advenimiento de lo que unos llamaron “nuevo pop español” (en contraposición al indie y al noise) y otros tan sólo tontipop, dejando claro lo que opinaban de él. Tras unas excelentes maquetas, La Casa Azul era el secreto mejor guardado de la música española del momento. Mucha culpa de ello la tenía la canción “Cerca de Shibuya”, que había aparecido en multitud de recopilaciones que regalaban los tan en boga fanzines fotocopiados, que solían incluir casettes con la música del momento. Además, el programa de Radio 3 «Flor de Pasión» presentado por Juan de Pablos, otro de los responsables de esta nueva ola del pop español (y en español), no dejaba de recomendar y pinchar al “grupo”. En especial este tema.
Ocupando su lugar natural en el sello al que más se adecuaban (Elefant Records había reinventado el panorama de la música española abanderando este nuevo movimiento del pop español de nuevo, como hicieron casi diez años antes con los grupos en inglés), parecía extraño el formato elegido para este debut. Comercialmente no era el más atractivo y además gastaba muchos de sus temas míticos en un disco que algunos medios no consideraban un larga duración como tal, con lo que eso conllevaba en cuanto a ser ignorado a nivel de críticas, listas de final de año, etc. A la postre esto se rebela como uno de los mejores aciertos. Nunca el grupo vuelve a sonar tan compacto, intenso, liviano, sin los altibajos que salpican sus dos siguientes esfuerzos. Dentro de un primer paso que podría verse, de manera equivocada, como una forma de probar la solidez del terreno, Guille Milkyway, único miembro del grupo fantasma, entrega una obra atemporal, clásica pero contemporánea y sin fecha de caducidad, a pesar de que utiliza la tecnología para sus logros.
Tras la intro puramente ambiental, comienza en lo más alto “Hoy me has dicho hola por primera vez”. Utilizando un lenguaje arriesgadamente emocional, en el filo de lo cursi en frases como “con tu voz transparente y tu sonrisa de miel”, el protagonista, un tímido que no es difícil identificar con el propio autor, fantasea con la posibilidad de una cita perfecta junto a la chica de sus sueños, en la que hablar de música, cine o libros… pero ella tiene novio y no parece muy interesada en el desdichado protagonista. Con esta sencilla temática, que se repite a lo largo de todo el disco, historias de amores soñados, imposibles o improbables, desamores y luchas por superarlos; con una temática, en definitiva, bastante melancólica pero revestida de un traje de beats acelerados, de europop, de música que remite a la nueva ola, al pop español de los 80 y a la música surf, a Brian Wilson y al j-pop. Canciones para bailar mientras se te rompe el corazón.
Esta forma de hacer canciones se repite a lo largo de toda la carrera de La Casa Azul, pero nunca de una manera tan orgánica y sutil. En “Galletas”, oda a la higiene sentimental tras un fracaso amoroso, todo un himno lleno de palmas con unos arreglos spectorianos que sube y baja para dejar sin resuello al oyente, contagiado de la felicidad por este desamor superado. La exultante “Chicle Cosmos”, puro europop que remite a Pet Shop Boys o a Saint Etienne, pero también a un sonido un tanto más machaca propio del eurobeat que arrasó las radiofórmulas en los primeros 90. El gozoso recorrido continúa con la encantadora “Sin canciones”, ensoñación ensimismada con una gran influencia de The Beach Boys y la música surf, en la que se cita a los seminales para tantas bandas Los Fresones Rebeldes. “Me gustas” es una vuelta de tuerca al “¿le gustaré?” tan adolescente. Y para finalizar, la canción clave, no sólo la mejor de este disco -quizá de toda su discografía-, sino todo un himno y un ejemplo de cómo debería ser una canción pop perfecta.
“Cerca de Shibuya” en un mundo perfecto haría que el disco vendiese millones de copias y que fuese coreado por miles de personas en conciertos en estadios, que sonase en todos los coches de choque de las fiestas en verano y que los chicos de la academia de Operación Triunfo se pegasen por ser ellos quienes la interpretasen. Pero no vivimos en un mundo perfecto. Por supuesto esto no pasó, pero la canción no deja de ser un tratado de la música popular contemporanea, mezclando chicle pop, tecno-pop, música de desecho que alimenta las FM, samples de un modem al conectarse a Internet, y, como dice el título, música perfectamente equiparable al Shibuya-kei. El bohemio e hipertecnológico barrio de Tokio sirve de metáfora sobre un paraíso sentimental, de libertad y felicidad exultante, lleno de “sensaciones pop”, “una invitación para viajar a un nuevo mundo”. Inagotable, inabarcable en su producción, conteniendo toda esa cultura musical extensiva del Guille coleccionista compulsivo de música y obsesionado por los grandes productores de los años sesenta. Una irreprochable obra maestra.
El disco se cierra con el único pero posible. Un bonus track sin acreditar, en clave más acústica, que parece querer remitir a “God only knows” de The Beach Boys con desigual resultado. Rompe con la homogeneidad del conjunto y no aporta nada realmente distintivo. Sin ser una mala canción, es evidente que poco suma al resultado final.