En 1988 la banda alcanza la madurez, el sonido mejora considerablemente y los desarrollos pierden esa linealidad que encontrábamos en discos como “La Agonía del Narciso” (Nuevos Medios, 1986). A ello ayuda una brillante producción y una mayor riqueza vocal y de estilos. El rock y el pop ganan terreno y las guitarras quitan protagonismo a los teclados.
El disco lo abre una de sus mejores canciones, “Bendita seas”. Comienza con teclados y aires suaves, recordando cortes como “Pido discreción” o “Tú y yo (en el sofá)” pero enseguida percibimos que no caen en errores pasados y que la cosa cambia. La voz de Alberto suena mejor que nunca y los juegos vocales crean una atmósfera sensual
“El sabio tonto” trae aires de rockabilly reposado. Las guitarras dirigen la acción de un corte resultón, sin más. “La reina de la fiesta” es un rock clásico bailable y luminoso con una letra sugerente – “Yo te quiero enseñar una cosita marrón / para que la lleves a tu habitación / no va muy rápida ni tampoco lenta / pero al tocarla te pondrá muy contenta”- y efectiva.
“La rica heredera” es un medio tiempo con suaves orquestaciones que habla de encontrar una rica heredera para alcanzar la felicidad.
“Quiero y no puedo” intenta sostenerse a base de un teclado juguetón pero lo cierto es que la cosa comienza a decaer. La letra acerca de encuentros nocturnos en la carretera con un camionero algo tocado resulta demasiado insulsa.
Los juegos vocales que encontramos en “Aventuras y Desventuras de Garrote Vil – I La Noche” empiezan a darnos una idea de lo que en un futuro próximo serían Amistades Peligrosas. Para la última parte de las aventuras de Garrote Vil recuperan el “No te burles” de “La Agonía del Narciso” para reinterpretarlo en clave rock de whiskey bar.
Cierran con “Elígeme a mí”, aires soul que recuerdan a los Temptations (salvando la larga distancia que hay de Vigo a Detroit) que chocan frontalmente con la interpretación vocal de Alberto, entre la desesperación y el desgarro.