Mal asunto si tras un disco homónimo continúas el asunto titulando a tu siguiente con las siglas del grupo, y peor aún si el grueso del mismo lo componen canciones que se habían quedado fuera en el anterior, que ya aprobaba por los pelos.
Pese a que el disco comienza algo más vigoroso de lo normal con «Y quisiera» y su folk con regustillo celta, lo cierto es que la propuesta, netamente continuista, se hace mucho más cansina y plomiza, y donde supuestamente se quiere reflejar mayor madurez, se traduce en mayor aburrimiento en el oyente.
El disco no se sale ni un ápice de la senda del anterior. Así, en «Parece mentira» se intenta un «Cuando los sapos hablen flamenco» de nuevo, y pese a demostrar cómo sin abusar de las dobles voces son mucho más interesantes, lo cierto es que la canción no sólo no la iguala, sino que no termina de despegar.
Canciones intrascendentes, sin una pizca de originalidad, en las que da igual si se funden bien las voces –«Suelo de canicas»– o no terminan de encajar, es algo que hay que hacer sí o sí porque es el sello del grupo. Así sucede en «Contigo me cruzo deprisa», que empieza bien rockera pero a los dos segundos ya sale el dichoso dueto a arruinarlo todo. O quizás tampoco había mucho que arruinar, pues en «Junta los dedos» si que se dejan llevar pero hacia un rock descafeinado, ñoño y con un acompañamiento musical de juguete.
Se despiden aguantando el tipo y andando con sus cuerdas y sus voces desnudas, cualidad que sin duda tendrían que haber explotado más en esta segunda parte de «Ella Baila Sola» (Hispavox, 1996), donde no es que se ofrezca más de lo mismo, sino algo mucho peor, pues las canciones tienen mucho menos gancho, y el toque más intimista y maduro, quizás le haga ser más compacto, pero también mucho más aburrido. Y ello se reflejó en las ventas, que sin caer en picado, fueron mucho menores.