Tras un debut curioso y un segundo largo que caía en la sima de lo mediocre y autorepetitivo (¡en dos discos!), pero ya consolidado en seguidores cada vez más numerosos, la plataforma del club Ocho y Medio, Subterfuge y su descarado acercamiento a la subcultura de Chueca daban el empujón necesario. Defenestrados desde el inicio por la crítica (no sin razón en muchos de los momentos, en otros de forma gratuita) inesperadamente se sacan un disco sin complejos, mucho más profundo (de largo), e introspectivo (a su manera) de lo intuido y lo mostrado en sus dos obras anteriores y el disco compartido. Dejando de lado el histrionismo barato, la sociología de mesa camilla y la vagancia como método compositivo, nos encontramos ante un trabajo que explota su mejor arma: la narración de historias un tanto patéticas, granguiñolescas, urbanitas y con un lejano aire al Woody Allen del principio. Aún más brillante es la evolución del sonido a unas bases tecno-pop muy cuidadas en algunos momentos y, ya era hora, los juegos de voces no parecen improvisaciones como daba la sensación en el pasado. Todo ello contribuye a su disco más completo, más complejo y, en resumen, mejor.
El inicio es arrollador. “Todo por placer” entra en el podio de sus mejores canciones. Nunca antes sonaron tan vigorosos, tan complementados en este hedonista canto a la libertad individual frente a lo social. Quizá a la libertad de un grupo que se expresa como quiere (o como puede) frente a las críticas de los críticos más sesudos. Después otro de sus pequeños «éxitos», “Aburrida de estar salida”. Olvidándose del casposo electroclash cañí que estaba ya con la caja de pino por aquel momento, buscan un sonido muy cercano al electro de los 80 y guiños robóticos. Belén no canta demasiado bien porque no es una buena cantante. Ni siquiera una buena cantante al estilo de Los Planetas, o sea, una voz que encaja a la perfección con sus canciones. No, nunca se acopla de manera armónica. Pero al menos no chirría de manera tan atroz como en el pasado. El eurobeat de “Mi cociente es diferente”, acompañado de arreglos de rasgueo de guitarra también es reseñable.
La parte más intimista, esa que ellos denominan «la parte triste del grupo», se encuentra en la muy valorada “La mancha de mora”. La letra un tanto obvia desmerece, pero debieron quedar muy satisfechos porque en el disco incluyen otra versión menos electrónica que no aporta absolutamente nada y que, de hecho, desentona bastante. Tampoco falta un guiño para sus críticos que, mira por donde, es uno de los momentos más flojos del disco. “Nanana nanana” recurre a un descarado barniz de búsqueda de empatía con sus fans que no acaba de funcionar. Quizá es por ese ritmo un tanto country, no a lo Son Volt sino a lo Paco PilAñade este contenido.
Una vez más (y van tres) se ensimisman, no saben deshechar canciones y vuelve a salirles un disco que pide a gritos que se le eliminen tres o cuatro para que gane en frescura y facilidad de escucha (un ejemplo sangrante es esa segunda versión de “La mancha de mora”). Al menos nos ahorramos el trío de canciones habituales sobre los gafapastas que parecen obsesionarles tanto, aunque en este caso dediquen una canción a esa tribu tan entrañable que son los siniestros en “Quiero ser siniestra”.
A pesar del terrible título y de la espantosa portada, sin llegar a decir que estamos ante un discazo, lo que sí estamos es ante un disco mucho más que estimable.