Llega un momento en la escucha de un disco de Lapido el que se te ponen los pelos de punta casi a cada canción: Es cuando han calado en ti esas historias llenas de referencias que en principio apenas percibes de fondo para una melodía y unos instrumentos. Hasta ese momento solo has visto la fachada de la casa que Lapido ha construido para todos nosotros, has abierto la puerta, y aunque estás dentro, tu visión todavía no se ha acostumbrado al cambio de luz.
Puedes ver que este nuevo hogar tiene algunos cambios en la decoración: Lapido ha contado por primera vez desde los tiempos de 091 con alguien para ayudarle en la producción del disco. El alemán afincado en España Paul Grau ha situado la voz en primer plano (Lapido no se atrevería por modestia), y ha acentuado los detalles en los instrumentos, haciendo que este nuevo disco de Lapido suene inmediatamente a Lapido, solo que mejor que nunca.
Otra cosa que salta a la vista nada más entrar es que además de los habitantes habituales (los excelentes músicos que forman su banda: Víctor Sánchez, Raúl Bernal, Popi González, Paco Solana), hay unos pocos invitados ilustres que se sienten como en casa. Eva Amaral hace una excelente interpretación en «Doble salto mortal»; «En medio de ningún lado» resulta bordada por el alumno aventajado Quique González, y Miguel Ríos suma la personalidad de su voz a la hermosa «La hora de los lamentos», en la que parece recorrer junto a Lapido una ciudad, que probablemente sea la Granada de los dos.
Entonces tomas asiento, y con tu mirada acostumbrándose todavía, comienzas a ver los libros que llenan las estanterías del salón, los vinilos que se amontonan en las cercanías del tocadiscos, y las ultimas películas que han pasado por los atentos sentidos de Lapido y que van apareciendo aquí y allá en sus canciones. Solo entonces (tras unas cuantas escuchas), sentado tranquilamente y degustando tu bebida favorita, vuelves a darte cuenta que Don José Ignacio lo ha vuelto a hacer.
El disco comienza con uno de sus grandes temas: «El más allá», que se complementa perfectamente con un buen videoclip. En el segundo tema sigue desbordando clase, pero esta vez lo hace acompañado de una Eva Amaral que sorprende a todo aquel que no conociera cómo se mueve en registros diferentes al suyo habitual en la banda Amaral. «Antes de morir de pena» cierra una trilogía inicial de medios tiempos cargados de predestinación, humor oscurillo y resignación. La primera canción rockera llega con «Sueños que dejamos ir», donde nos encontramos a un Lapido que dice haber aprendido la lección y lleva los malos juegos de la vida con energía, sabiendo que puede resistir.
La primera mitad del disco se cierra con otras dos colaboraciones, dos amigos que como Amaral ya habían mostrado su afinidad con Lapido versionando temas suyos: Quique González acompaña a Lapido en «En medio de ningún lado», una canción que en realidad está justo en medio de los dos autores; y Miguel Ríos se muestra como un buen compadre con el que compartir las horas recorriendo bares, cuando el corazón se está portando mal con nosotros.
Ya no quedan mas colaboraciones vocales, pero Quini Almendros le da elegancia a «Olvidé decirte que te quiero» con su pedal steel, una muy bonita canción, y Juan Aguirre (la otra parte de Amaral), suma guitarras a «Cansado», donde también destacan especialmente los teclados y una gran letra.
Lapido se deja para la parte final los temas mas movidos del disco. Demuestra que no se le olvida el rock’n’roll con «Lo creas o no» y «Algo falla», así como «Vuelta a empezar», que promete ser una gozada en directo gracias a sus teclados y guitarras. Pero finaliza el disco con otro enorme medio tiempo: «Paredes invisibles» recoge la lucha entre el mundo real y los sueños que lleva Lapido durante todo el disco. En este caso, los sueños son las cosas que Lapido quisiera que llegaran y empaparan a todo el mundo, pero que finalmente se quedan solo a este lado, el suyo. Y el de esa importante minoría que le acompañamos disco a disco, concierto a concierto. Y que dure.