Quien escuchara por primera vez los primeros acordes de «Cuatro rosas» ya se daría cuenta que esas notas formarían parte de la historia de la música. Hay canciones que desde su escucha inicial reconoces que es un clásico. Y así sucedía con la canción dedicada a Janis Joplin. Gabinete presenta su segundo disco, radicalmente distinto al anterior (cosa a la que tendrían que acostumbrarse sus fans). Sin huella alguna del rock torero y de las castañuelas, en «Cuatro Rosas» (DRO/Tres Cipreses, 1984) encontramos seis canciones (tan sólo seis) en la que Urrutia musicaliza su visión de ciertos ambientes madrileños castizos e interpreta diversos personajes con gran acierto.
Con este disco Gabinete inaugura una nueva etapa, en la que el barroquismo instrumental y cierto clasicismo impregnan las composiciones que, además, ganan en complejidad algunas y en comercialidad otras.
Con permiso del «Que Dios reparta suerte», «Cuatro rosas» es el primer gran tema de Gabinete. Nunca se había oído nada parecido en España. Cierto sedimento beatle y un tono melancólico marca de la casa. Pero el disco no merece la pena únicamente por el single.
La preciosista «Tango», con su piano y su inspirada guitarra, da una buena réplica a «Cuatro rosas». Pero es con «Más dura será la caida» con la que nos reafirmamos al decir que «Cuatro Rosas» no es un disco de un solo tema. Con ese título cinematográfico es la canción más tragica y amarga que Urrutia ha escrito jamás. Dicho sea de paso, una de sus mejores canciones, y una de las más infravaloradas; empezando por ellos mismos.
La cabaretera «¡Caray!» es la biografía en primera persona de un chulapo con complejo de superioridad. Un concepto bastante alejado de lo que esperaban oir los modernos de La Movida Madrileña.
«Haciendo el bobo» continúa con esa lírica tan prosaica de «¡Caray!», lejos de la poética de las dos primeras canciones. Sin embargo ésta es bastante más irónica y divertida que la anterior.
El corto disco acaba con «Esclavo de tus pies», un chascarrillo con ritmo y temple.
Sin embargo deja el disco con una sensación de que queda más, como una película con un final hecho a contrarreloj, sin mucho sentido.