Tras el brillante “Vitamina D” (DRO, 1996) la banda da un giro a su sonido acercándose al punk más acelerado y despacha catorce canciones en apenas treinta y cinco minutos frenéticos. En esta ocasión cuentan con Kurt Bloch (Young Fresh Fellows, Fastbacks) a la producción quien realiza una gran labor adentrándose en las profundidades del punk rock más revolucionado. Además aporta su guitarra a varios cortes -“Perdiendo el tiempo”, “No quiero dormir”, “Mucho mejor” y “Voy a cambiarte la vida”.
En una entrevista concedida a la Mondosonoro en junio del 98 afirmaban que al respecto del viraje en el sonido lo siguiente: “Aunque desde los primeros conciertos versionábamos a los grupos de punk de finales de los 70 y en directo se nos pegara bastante esta actitud, nunca habíamos conseguido plasmarlo tan claramente en nuestras canciones hasta este disco”. Lo cierto es que hay que entender su acercamiento al punk como una evolución dentro de su sonido, los Dalton siempre fueron un grupo de directo y esta es la vez que más cerca han estado de plasmar en un estudio de grabación su energía y saber estar en un escenario. Es un disco de riffs acelerados y de ritmos urgentes, quizás se echan en falta esos acercamientos pop y esos medios tiempos que buscan la melodía desde un primer momento, pero estamos ante un trabajo más que recomendable.
La portada no engaña, empezamos a escuchar “Séptima invasión” y sólo podemos pensar en velocidad, potencia y estallidos multicolores. Por momentos uno se acuerda de bandas como Bad Religion o NoFX.
En “Sin dirección” critican el poder de la televisión como medio de alienación masivo a golpe de guitarra y batería. “Perdiendo el tiempo” es un medio tiempo de contundencia contenida y “No quiero dormir” un combo de ska, punk y rock que resulta realmente efectivo.
Uno de los grandes momentos del disco es “Mucho mejor”, el bajo dirige la acción de este himno sobre el orgullo del perdedor, sobre la complacencia de la desilusión. Y es que “hoy quiero ser tan sólo un perdedor”.
Para el cierre nos reservan el postre, “Espejos que no devuelven las miradas”, una gran composición de José Ignacio Lapido (091); un poema nocturno de cenizas olvidadas y neones trasnochados.
“Cajas que guardan / cenizas de un tiempo que pasó / cuando jurabas / no quemarte al tocar el sol / Cambiaste tu almohada / por luces de neón / Nadie te advirtió que te mirabas / en espejos que no devuelven las miradas”.