“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros.”
Casi podría empezar así esta reseña, con un párrafo de Gabo de su “Crónica de una Muerte Anunciada” (1981) -si me permiten ustedes que utilice una frase tan manida, claro-, pero el octavo y último disco de los Platero tiene mucho de eso. Corría el año 2000 y el grupo ya no era una piña: Fito estaba enfrascado en su proyecto en solitario y cada vez más separado de los demás; Uoho, por su parte, parece más un miembro de Extremoduro que colabora con Platero que al revés, y tanto Juantxu como Jesús se preguntan si son los miembros de una banda o no lo son. Efectivamente el grupo ensaya y se ve para planificar lo que van a hacer, pero cada vez esos ensayos son menos frecuentes. Finalmente se terminan encerrando en el estudio y terminan lanzando el que a la postre sería su último disco juntos.
A servidor siempre le gustaron las conspiraciones, siempre he creído que Lee Harvey Oswald no actuó solo y cuando llegó a mis oídos la historia de la portada del disco los ojos me hicieron chiribitas. No me resisto: fíjense, parece un simple paquete de correos con los sellos que representan a cada uno de los cuatro miembros del grupo. Fijándonos más activamente uno ve que hay una cuerda en el paquete que parece separar a Fito del resto; bueno, puede ser casualidad. Pero si se mira con más atención a los matasellos uno puede leer con cierta claridad “Dos artados”. Juantxu, que parecía que sabía de qué iba a ir la película y que iba a ser el último disco de Platero, diseñó la portada (siempre ha sido el diseñador de las portadas del grupo). No fue sino hasta 2005 cuando el propio Juantxu confirmó que la portada estaba hecha así adrede, declarando que en todas las portadas que ha hecho hay mensajes, que le gusta mucho el tema de los criptogramas y mensajes encerrados.
Centrándonos en lo musical, Platero se despiden dejando un buen sabor de boca. Los fans que ya venían escuchando los rumores de crisis desde hacía tiempo y que estaban viendo el panorama se temían que el último disco fuera más bien decepcionante, especialmente después de un flojete "7" (DRO, 1997). Pero la verdad es que el disco de despedida les queda bastante cuco, empezando por una “Cigarrito” que suena irremediablemente a los Flamin’ Groovies o a los Yardbirds, mientras Fito aprovecha para contar sus versión de los hechos; esto huele a despedida.
Canciones como “Un ticket para cualquier lugar” y “Caminar cuesta arriba” parecen decantar el disco por el rock fresco y sin tapujos que los hicieron grandes, dejando para “Naufragio” lo de intentar enmadejar la estructura melódica. Tenemos también el punto AC/DC del que tanto disfruta Uoho en “Entrando cruzado”, canciones tremendamente bailables y divertidas como “Humo en mis pies” o “Me da igual” e incluso la balada “¿Qué demonios?”, que te pilla a pie cambiado gracias a sus guitarras arpegiadas con cuerpo y sintetizadores algo desconcertantes. Para cerrar el grupo decide hacer una versión de Los Bravos: “Pero al ponerse el sol” suena desenfadada y bailonguera.
Y ahí queda eso, los Platero no se volverían a juntar para grabar más discos de estudio. Atrás queda la discografía de un grupo valiente, atrevido y sincero. Se despidieron con un que os vaya bien que se dice cuando sabes que la vida te lleva por un camino distinto al del que hasta ahora ha sido un amigo; pues eso les deseamos nosotros. Gracias, chavales.