Cambio total respecto al habitual equipo de trabajo que Raphael había utilizado en anteriores producciones. Ahora son Juan Carlos Noroña y Bebu Silvetti los que ponen las composiciones y los arreglos de las canciones de este disco. Aunque lo anterior tiene excepciones, pues recurre de nuevo a una canción de María Ostiz: “Canto al sol” e incluso pone una sevillana que poco o nada tiene que ver con las restantes canciones.
Un LP muy bien cantado por un Raphael de voz inconmensurable, pero que suena irremediablemente fuera de tiempo y un tanto anticuado, aún situándonos en su año de producción. Evidentemente, todo en él gira alrededor de la voz del cantante. Y parece existir una obsesión en ponerle las canciones a huevo para su voz, olvidando la calidad de las mismas. Se busca una atemporalidad clásica para no hallar más que unas estructuras melódicas y unos arreglos pasados de moda y cercanos a lo que este mismo cantante, sin ir más lejos, hacía cinco o seis años atrás.
El tema más conocido –dentro de lo que cabe que no es mucho- seguramente es “El gondolero” con sabor a mandolina y pasta italiana en la instrumentación. Interpretación de profundidad retórica y susurro cómplice en las estrofas. Posiblemente sea la mejor del presente disco por aquello tan manido del país de los ciegos y el tuerto.
Las dos sorpresas que nunca faltan en los álbumes de este cantante vienen de la mano de ese ritmo de añejo music hall de “Esa boquita roja”, a la que solo le falta un baile de Fred Astaire en blanco y negro. La otra es esa tópica sevillana que todos hemos canturreado alguna vez: “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va, etc, etc.”. Dos temas de esos que Raphael incluía porque le daba la gana y podía permitírselo.