Aunque grabado en marzo del 2006 en los estudios Perroti de Gijón, el disco de debut de Chiquita y Chatarra no vio la luz hasta febrero de 2008. Fue Jorge Explosión, responsable de los ya míticos estudios asturianos, el que tras ver actuar al dúo en el primer concierto que dieron teloneando además a Black Lips, el que puso a disposición su equipo para grabar las primeras canciones que registraran Patricia y Amelia. Su padrinazgo jugó también su papel a la hora de decidirse por la autogestión, a pesar de la oferta que recibieran del sello madrileño Big Black Hole para su edición.
Y así es que el disco, del que se sacaron medio millar de copias (la número 498 es la que tenemos en nuestras manos para confeccionar esta reseña) se presenta en portada de confección artesana de la que se disfruta el tacto grueso del cartonaje y el olor de la pintura utilizada para colorear el cuerpo de la chica de minima braga. Son ellas dos las encargadas de los dibujos del interior, al que accedes tras levantar una solapa que cierra todo el cartón.
El caso es que la propuesta, minimalista por lo escaso de los efectivos desplegados, atrapa. Al menos a mi. Aires de rock pantanoso, de suspense, de oscuridad en el sonido. Canciones montadas a partir de solidez en su esqueleto rítmico. No les queda otra claro, porque el formato de dúo no da pie a más sutilezas.
Un comienzo enorme, que encadena tres primeros temas de adicción inmediata. Usan el inglés, salvo en el primer tema «Amor de caravana«, que les acerca al ambiente de Los Pixies-Breeders y sus querencias por oscuras brisas de surf y rock americano de película de serie B.
Ahora que si se trata de buscarles parangón al otro lado del océano, a mi me saben a sonido de Detroit en muchas ocasiones. Al menos, las crudezas de «Tick tack boom boom» o el final de disco que plantea «Beef in the city«, gasta de cuerdas afiladas de aquella cosecha.
El disco es una colección de temas que no superan los dos minutos y medio, y que en la voz de Amelia, buscan el terreno que delimita el desgarro y sentimiento propios de otros palos norteamericanos de raíz. «I want my baby back» o «I don’t wanna leave» tienen de eso. «Good morning potato» es un gran momento también, justo antes de que se encare la bajada de telón.
Música original en su propuesta, constatación de que hay discos que siguen deparando sorpresas agradables, y encima en un estilo que me gusta. No puedo sino decir que es un gran disco.