Existía un gran interés por comprobar la aceptación de este disco. Lorenzo Santamaría había sido el cantante de Los Z-66, especializados en pop rock y psicodelia; sin embargo, era una incógnita su comportamiento como cantante melódico en solitario. Se eligió una cuidada adaptación de uno de los temas de la Sinfonía Nº 8 de Franz Schubert para encabezar el disco con una orquesta sinfónica completa arropando la voz. Nada ocurrió y pocos se dieron por enterados de que tal canción existía, lo que supuso una decepción en toda regla para la discográfica, que tan fuerte había apostado. Tal vez la oscuridad de la melodía inicial o el barroquismo de los arreglos jugaron esta vez a la contra.
Para la cara B una pachanguita bien trabajada en la que Lorenzo se homologa a los vocalistas del momento. También aquí lo nutrido de los arreglos pesan como el plomo a pesar de la ligera línea melódica.
En cuanto al neófito solista, se le nota cargado de facultades y algo fuera de sitio y poco acostumbrado a cantar con orquesta y coros.
El disco se vendió poco, poco; sin embargo, un año más tarde adquiriría de rebote una cierta popularidad al ser editado junto a “Rosy” (Odeón, 1972) es un disco de tres canciones que El Círculo de Lectores regaló a muchos de sus socios.