Consecuencia directa del anterior corto, «Canciones» (DRO, 1986) comienza como si ambos pudieran estar uno detrás del otro. Un silbido, «Cien gaviotas», se activa la locomotora. El mejor álbum de la formación.
Los sonidos acústicos, desnudos de artificios, por momentos recuerdan a la simpleza de sus paisanos Aventuras de Kirlian, como en «Sangre azul», y la guitarra juguetona en la roulette del saloon a la de un grande, grandísimo Johnny Marr. Dulce y clásico rockabilly, mecer de metales para no poder evitar -¿qué iba a ser sino?- pensar en ti, demostrando que es en esta intimidad donde la banda se siente cómoda. La trepidante y briosa «Esperaré a que se ponga el Sol» no tarda en desdecirme. «Son tus labios un buen sabor para morir».
A pesar de su popularidad nado a contracorriente, «Jardín de rosas», aparte de cursi ha envejecido muy mal, tan conocida como obvia, no desentona, pero a mi juicio es de las que más chirria del lote, y más teniendo en cuenta la presencia de pequeñas -e ignoradas- joyas como la instrumental «Reina de África», con sabor a la película de John Huston de la que toma el nombre. Los Pekenikes debían, sin duda, sentirse orgullosos de ella.
«Cuando murió la luz», incluso con su tarareable estribillo, no mantiene el tipo por su ritmo demasiado facilón. Concedámosla el beneficio de la duda a una previsible caída, y tomémosnoslo como un descanso, un break y un estribillo simpático. «Cuando se apagó el brillo en tus ojos, la luz murió»… una caída… de ojos. Porque de nuevo «Revolución» incluye detalles muy interesantes. La voz apagada a lo Carlos Entrena y la guitarra de Suso Saiz dan paso a un «Sueño escocés» placentero con aroma a The Cure. «Los llantos de la ciudad» son menos con ese ritmo rebotante y saltarín, con unos riffs de guitarras que ya no son de juguete. Son los llantos de las ciudad. Rockabilly. Clásico. Con cuerdas.
El influjo post punk de la época queda de nuevo retratado en la buenísima «La vieja escuela» (¿qué tendrán las escuelas que incitan a la experimentacion, Coppini?) para, al enlazar con la desnudez de «Esos ojos negros», poner un magistral cierre en forma de arrullo a un disco muy bueno, y no sólo por contener algunas de las canciones imprescindibles de la formación, sino tapados como los ya citados «No puedo evitar», «Sueño escocés» o «La vieja escuela».
No se lo pierdan si no lo han oído. Igual se llevan una sorpresa.