La realidad física de este disco es el resultado de la cabezonería y tesón desde Los Ochenta Pasan Factura. E hizo falta mucho de ambos porque de aquella grabación en los estudios AS de Tenerife que realizasen Castillo Interior entre marzo y abril de 1987 no quedaba más que una de las dos bobinas utilizadas y, en principio, ni los medios para poder escucharlas. La grabación entonces quedó suspendida por el desacuerdo que se desató entre los responsables de los estudios, Antonio Galán y Javier de Lorenzo-Cáceres. El desmantelamiento de los mismos pilla a la banda con temas sin terminar y sin poder dejar en cinta o disco su música.
Yotty, responsable del sello, localizó a los componentes del grupo, recuperó la segunda bobina y hasta encontró el magnetofón con el que escuchar y digitalizar lo que se había podido salvar en los estudios Guamasa de Ayoze Fernández en 2014. De las mezclas finales se encargaría Antonio en ratos libres entre 2015 y 2016 ya en Madrid, donde residía. El final de todo el proceso es la edición tanto en formato de vinilo, como en CD (donde hay como extra alguna pista de video) de los siete temas que pudieron terminarse en la grabación de los 80.
El sonido de Castillo Interior es crudo, oscuro y moviéndose a través de las referencias más consolidadas del after punk. Se reconoce así a Joy Division tanto en el clima y las percusiones de «A través del silencio«, donde en determinados momentos se intuye las ganas de explorar vericuetos sonoros de la Velvet Underground. Es lenta y sinuosa, pero también trabajan argumentos más enérgicos y vigorosos de los de Manchester como los de «El extraño«.
Con «Restos de gloria» las referencias se vuelven al panorama nacional, porque tanto en la decadencia implícita en el título y en las atmósferas que logran, parecen rendir tributo a Décima Víctima, una de las bandas que reconocían tener como fuente de inspiración.
«Para siempre» o «Para toda la vida» como se titulaba inicialmente está muy bien. Es crispada y oscura, y con efectos de reverbs muy buenos, probablemente de los que empezó a gustar incluir a Horacio, guitarrista de la formación.
En las páginas de «El Sueño Dorado» (2017), el libro que se publicó con motivo de la recuperación de todo el material sonoro de la banda, se lamentaba Antonio, el cantante, que cuando dispusieron en su momento (antes de la recuperación final) de una mínima oportunidad de mezclar alguna de las canciones que quedaron perdidas en las bobinas, se centraron en «Catalepsia«, cuando a lo mejor alguna de las otras hubiera sido mejor elección. Y sin embargo, a mi juicio, es uno de los temas con detalles más interesantes del disco.
«El método del amor» y «Waltz» son canciones con personalidad propia, con carácter independiente. Si la primera basa en la frialdad, como de témpanos cristalinos de hielo sacada de un disco de Cocteau Twins, la última suena precisamente a eso, a vals macabro, tenebroso. Su final, con explosión de sonidos, golpetazos de piano, guitarras acabando como sierras y feedbacks descontrolados la hacía ideal para cerrar las actuaciones del grupo. Directos que, por otro lado, empezaban precisamente con la densidad de «El método del amor«.