En plena explosión creativa (era el mejor momento de la nueva ola madrileña) y con compañías independientes apareciendo a imagen de DRO, el nacimiento de Derribos Arias para el mundo discográfico se realiza casi a la vez que el del sello con el que continuarán a lo largo de toda su carrera, Grabaciones Accidentales Sociedad Anónima, más conocida como GASA.
Siendo tercera referencia, Poch, Alberdi y los suyos no podían empezar mejor. Tres de sus mayores clásicos de una tacada dentro del EP “Branquias Bajo el Agua” (GASA,1982).
Se abre con la siniestra y minimalista “Vírgenes sangrantes (en el matadero)”, cuya oscura letra es difícil de entrever si responde a una crítica a las costumbres de los grupos moralmente conservadores, a la alienación política (tema que trata con profusión en sus letras, aunque a veces cueste de desvelar por el cripticismo marciano y alucinado de Poch). Magníficamente producida por Paco Trinidad y el propio grupo, los ahogados gritos, el título, el trabajo instrumental (con reminiscencias a Joy Division) lo coloca como una de las cumbres del grupo que acababa de nacer.
El disco incluye un par de temas más. “Branquias bajo el agua”, es una especie de reverso de la canción del verano, con imágenes surrealistas cuyo rastro desquiciado apenas podremos verlo en El Niño Gusano años más tarde rodeados de su Circo Freak de mariposas e insectos lisérgicos.
También incluye «Dios salve al Lendakari». Esta entronca con el pasado del grupo cuando se denominaban La Banda sin Futuro y estaban más en la onda del punk o del rock radikal vasco. La batería sustituida por una caja de ritmos, y los ripios de Poch cantados de forma extravagante, con la letra compuesta únicamente por los versos «Dios salve al Lendakari / que no es un rastafari / el es un txistulari», no pueden menos que inducir a una sonrisa por el atrevimiento algo näif de la banda.
Sin duda el disco más completo y compensado del grupo, pero esto sin menoscabo del resto de su carrera que es igual de intensa e interesante.