Tras “On The Rock” (Warner, 2010), Calamaro entrega “Bohemio” (Warner 2013), un disco de corto minutaje (35 minutos) y bastante más cercano al pop que al rock, en el que el músico hispanoargentino se ocupa únicamente de cantar y deja a un lado teclados y guitarras. Confia de nuevo la producción a Cachorro López, como ya hiciera en “La Lengua Popular” (DRO / Atlantic, 2005). “Bohemio” es también el trabajo más alejado de la tradición latinoamericana del autor: a excepción de la pieza que le da título, no encontramos tangos, cumbias o rancheras.
El álbum arranca a paso lento pero firme con “Belgrano”, un recuerdo agradecido a Luis Alberto Spinetta, uno de los grandes del rock argentino fallecido en febrero de 2012.
“Cuando no estás” fue elegida como primer single y en cambio es una de las últimas composiciones que Andrés escribió entre las incluidas en el álbum. Es una pegadiza canción de desamor, con gancho para conquistar las radios.
“Tantas veces”, sin duda un tema menor dentro del repertorio de Calamaro, prosigue con el tono lastimoso de “Cuando no estás” para pedir perdón.
“Rehenes”, también floja, repasa las heridas del camino y remonta un poco con una frase certera en el estribillo: “vayamos pintados con sangre de los dos, siempre”.
En “Nacimos para correr”, que guiña un ojo a Springsteen desde el título, el autor recuerda a los amigos perdidos y no pierde de vista la parca: “no sé como voy a terminar. / Prefiero que ocurra y nada más. / Sé que voy a volver cuándo pienses en mí. / Y cada vez que suene mi canción / voy a volver a nacer otra vez. / De momento, me queda mucho por hacer / porque nacimos para correr”.
“Bohemio” se sitúa en la frontera del bolero y el tango y hace un canto a la libertad para elegir un camino distinto. Es una canción que agradecerían incluir en su repertorio algunos vocalistas latinos que cultivan ámbos géneros y la letra recuerda a tótems de vida errante e intensa como Héctor Lavoe o Roberto Goyeneche.
“Plástico fino” tiene una letra mordaz, a medio camino entre la autoparodia, la nostalgia y la rebeldía. Habla de excesos sin pudor: “buen día, extraños asuntos de nariz y garganta”, canta Calamaro.
“Inexplicable” es lo más parecido a una canción bailable que hay en el disco, un tema de redención que seguramente cobrará fuerza en directo: “no encontré más que vicio y soledad, / entonces me di cuenta con pavura / lo que esta locura podía costar / a mi corazón, que no tiene lugar / para querer a nadie más / que a esa muchacha que se quedó junto a mí”.
“Dentro de una canción” reflexiona sobre la propia música y su factura supuso para Calamaro un antes y un después en la concepción del disco, animándolo a grabar. “Fue el momento en el que me di cuenta de que podía dar un salto de calidad y presentar las mejores canciones posibles”, contaba a la revista Rolling Stone. Una canción metafísica para “un disco metafísico”, según apuntaba la Ruta 66.
Y la última canción del disco es, paradójicamente, la más optimista y la que tiene un corte más guitarrero. El rock añejo “Doce pasos”, letra de Marcelo Scornik, habla de la rehabilitación -doce son los pasos para desengancharse del alcohol o la cocaína- y en el tortuoso viaje vital que supone el disco parece ser la luz al final del túnel. Pero aunque da la impresión de que lo peor pasó, el autor sabe que la vida es pura incertidumbre: “no sé si tengo lo que quiero / no sé si quiero lo que tengo”.