“Avalancha” (EMI, 1995) es un buen título. Tanto para un disco como para una canción. Bunbury lo sabía. Para empezar, dos de sus (seguramente) discos favoritos comenzaban con un tema llamado así. Uno, “Songs of Love and Hate” (Columbia, 1971), el doloroso tercer disco de Leonard Cohen, y dos, “From Her to Eternity” (Mute, 1984) el no menos doloroso primer LP de Nick Cave con The Bad Seeds, en el que versionaba la canción de Cohen. Aunque tanto Cohen como Cave son (lógicamente) dos de los favoritos del cantante, su avalancha va por otros derroteros. Si la del canadiense y el australiano es una avalancha puramente emocional (y una bajada a los infiernos en toda regla) la del maño es política, o por lo menos idealista.
Porque, con su último disco, Héroes del Silencio se permiten ser jóvenes, por no decir ingenuos, de nuevo. Lo cual no quita que alcancen su grado máximo de “madurez”. Tanto madurez creativa (un giro definitivo hacia el rock) como madurez ideológica. Las letras de “Avalancha” son claras a este respecto y hacen del “sé realista: exige lo imposible” una bandera. Porque la avalancha que proponen es la de el no estarse quieto; la de cambiar el mundo.
Tras una introducción con una ondulante guitarra de Juan Valdivia como único sonido (“Derivas”), Bunbury avasalla con más ímpetu que nunca, casi tropezando con las palabras en “Rueda fortuna": “Dime. ¿Acaso no todo tiempo futuro será mucho mejor?. ¿Quién manipula las esperanzas en beneficio propio?. Y prohibo la prestidigitación con la ilusión forastera a las fuerzas que nos rodean, no les ofrezco resistencia. ¿Cuántos millones de años formaron estos latidos en los que estamos?. ¿Cuál es el punto en qué coinciden lo increíble y lo exacto?”. La letra desafía al ritmo y a la melodía, como en las grandes canciones de Dylan, y deja claro de qué va la vaina: riffs y hard rock. Porque es en el sonido de Juan Valdivia donde se ve la evolución del grupo. Preocupado más que nunca en los fraseos y los solos de su guitarra, pero sin llegar a ser un odioso guitar hero: hay que recordar la facilidad de Juan para las melodías.
No obstante este paso hacia un sonido más duro viene acompañado (como no podía ser de otro forma) por la ayuda de un segundo guitarrista, Alan Boguslavski. Tampoco es casualidad que prescindan de su amigo Phil Manzanera a los controles y cuenten con el productor Bob Ezrin cuyo currículum satisfacía a todos. Ezrin estaba detrás de los discos clásicos de Alice Cooper y KISS, además de uno de los mejores álbumes de todos los tiempos: “Berlin” (RCA, 1973) de Lou Reed.
Cuando uno escucha “Avalancha” no está muy seguro de si tiene delante el disco de Héroes del Silencio menos “Héroes” o, precisamente, el punto en el que consiguen completamente su sonido. Desde luego a muchos fans “transversales”, los que disfrutaron de “Senderos de Traición” (EMI, 1990) pero no llegaron a atarse el pañuelo en la cabeza, la avalancha que propone el grupo en 1995 les parecería demasiado, mientras que los fieles lo encontrarían su mejor disco (como siempre). Sea como fuere, el último LP de los maños es un buen disco de rock cuya primera mitad es impecable, de esas que le dejan a uno tieso. Tras “Rueda fortuna”, el grupo quema a marchas forzadas toda su pólvora: “Deshacer el mundo”, compuesta para escuchar con el puño en alto (más aún, viniendo de Héroes); “Iberia sumergida”, pese al título, tiene un aire decididamente country con un fraseo inicial de guitarra no muy alejado de otro de los ídolos de Bunbury: Johnny Cash (habría que decir que “Avalancha” es el disco más “americano” de la historia del grupo). Siguen otros trallazos como el tema que da título al disco (gran riff de Juan) y “Parasiempre”, de nuevo con ese aire revolucionario. En los medios tiempos tampoco se quedan mancos, si bien los arreglos orientales de “La chispa adecuada” son innecesarios, aunque en “Días de borrasca” queden mucho mejor (por cierto, qué gran comienzo el de esta última). Curiosa “Morir todavía”, la única del disco junto a la última con su “antiguo sonido”.
En general, a diferencia de lo que ocurría en “El Espíritu del Vino” (EMI, 1993) a pesar de estar en su cima creativa, son ellos los que controlan sus canciones y no al revés. Es decir, aunque los temas superan los cinco minutos casi siempre, en ningún momento se hacen largos. Por desgracia los tres últimos cortes desmerecen el resto del disco, sobre todo “La espuma de Venus”, un despropósito.
Por eso no supera a su anterior obra (aún con los defectos que ésta tenía), sin dejar de ser por ello un gran disco.