Se tuvo que recorrer todos los garitos de la ruta cantautoril madrileña antes de que Polygram Ibérica apostase por sus canciones, pero finalmente lo consiguió no sin levantar poco revuelo de por medio. «Atrapados en Azul» (Polygram, 1997) fue el disco debut de Ismael Serrano y aunque tuvo padrinos de lujo –Pedro Guerra y Luis Eduardo Aute– para algunos ese chico de Vallecas era molesto porque prentendía recuperar el espíritu crítico de la música que habían dado ya por muerto. Requiescat in pace. Lejos de las voces que aseguraban que ese tipo de música quejumbrosa había dejado de tener sentido con el final de la dictadura, el cantautor madrileño -al que le machacaron con aquello de “oye… ¡cómo te pareces a Serrat!”– no tenía pensado dejar pasar de largo un nicho de mercado que se había quedado vacío durante el tiempo en el que la canción protesta había permanecido en letargo, alimentada por suero y nostálgicos, «fa vint anys que dic que fa vint anys que tinc vint anys«.
Y le funcionó a la perfección con un trabajo en el que el tono elevadamente purista, la sobriedad de la guitarra, y las canciones directas y con letras moderadamente poéticas y comprometidas encajó a la perfección en el territorio de la canción protesta. Malentendidos a un lado, el madrileño se dio a conocer con doce temas que si bien no aportaban novedades a nivel musical, recuperaban de lleno los tiempos gloriosos del género. Aunque «Papá cuéntame otra vez» -broncaza-no-me-taladres-a-todos-esos-que-echan-de-menos-correr-delante-de-los-grises- es una de las canciones más recordadas, existen otras mucho más delicadas que pasaron sin pena ni gloria durante la publicación del disco. «Vértigo», tierna epopeya al miedo que da venderse y dejar de reconocerse a uno mismo. «Un muerto encierras», que explica a la perfección aquello de que «la vida es una cárcel con las puertas abiertas» (¡bendito Calamaro!) o la cinematográfica «La extraña pareja», de amores conyunturales que terminan con un final de espanto.
En definitiva, «Atrapados en Azul» es un disco de historias comunes con las que el público puede sentirse identificado o no, pero que puede disfrutarse y que sirve de perfecta banda sonora en el camino del trabajo a casa. Será por cotideaneidad.