Una vez finiquitado Telefilme tras publicar dos interesantes discos y un EP, y con la aventura excepcional de Penélope Trip enterrada, Tito Pintado edita este «anti» (Elefant, 1998), un mini-LP de más de media hora de duración que con la perspectiva del tiempo jugando a nuestro favor, se puede decir que fue absolutamente incomprendido, pasando desapercibido en un panorama editorial patrio absolutamente despistado y que abrazaba el tecno más obvio y olvidable en el tiempo. No sólo se proclamaba que el rock estaba a punto de desaparecer, sino que se trataba de encontrar una luz a la que seguir después del agotamiento de la explosión indie tras la muerte de esta como tal con la publicación y descomunal éxito del segundo disco de Dover.
Si en Penelope Trip o en Telefilme Tito había ido por libre haciendo lo que le apetecía ajeno a modas y recomendaciones, con anti no iba a ser menos. Aquí su compañero de aventuras en Telefilme, David Rodríguez, alma de Beef, colabora al mando de un Korg. Electrónica de baja fidelidad, arreglos de cuerda insospechados para acompañar a elegantes bases que cuatro años más tarde calificarían de indietrónica (Morr hubiera matado por un disco así dentro de su catálogo repito, en 1998) y unas letras mucho más trabajadas por su autor que todas las de los proyectos anteriores.
Una portada en la que se ve la cara de Boo Radley, el personaje que interpreta Robert Duvall en el clásico de Robert Mulligan “Matar a un Ruiseñor” (1962) basada en la obra maestra de Haper Lee del mismo título, y un arte en el que se repite hasta cuatro veces ese rostro con mirada de loco, no da muchas pistas sobre lo qué encontraremos allí adentro. El disco comienza con un instrumental “Cocomino county dub” de ritmos rotos, con sonido de la aguja paseándose por la superficie de un vinilo no muy limpio y por supuesto navegando por las aguas del dub.
Pero lo mejor está por llegar en “Chiller”. Una canción que se va casi a los nueve minutos, donde una electrónica minimalista convive con distorsiones ruidistas apocalípticas en la onda de unos Suicide subterraneos, y con una letra que es un paseo surreal lanzado en frases con una sonoridad muy dulce y recurriendo a imágenes de la poesía de lo cotidiano (una nevada puede transformar una calle en otro lugar muy alejado del que recorremos día a día). Una maravilla.
La espina dorsal del disco lo forman la dupla más bailable del mismo. Porque sí, estamos ante un disco de electrónica, y en el año 1998, y más en España, eso se asociaba a la cultura de club y no a las herramientas de ampliación de posibilidades artísticas y búsqueda de nuevos caminos formales (como sí ocurría, qué curioso, con la prototecnología y los grupos pioneros de la electrónica en la música mucho más cercanos a la vanguardia de la música clásica que al tecno-pop de los 80). Aquí están las dos vertientes, la de la pista y la de la investigación.
La saltarina “Kinky beat”, llena de delays que lanzan la voz y la instrumentación como olas de sonido reverberantes con un eco tribal, unido a ese absoluto hit que podría quemar todas las pistas de baile -si alguien se hubiera enterado de su existencia- que es “Ride the tiger”, son una invitación a la sensualidad y hedonismo en la onda de unos Moroder, Nile Rodgers más experimentales. Si “Kinky beat” habla de hechizos y vudú, de máscaras africanas, del amor y la sensualidad, “Ride the tiger” habla del sexo y el desenfreno. Del animal que habita en uno. Una letra intrascendente y poco significativa, como la de “Music”de Madonna, y al igual que esta utilizando estereotipos, frases hechas que, descontextualizadas, pueden parecer insignificantes, y que sólo se revelan como ajustadas a un revestimiento musical excelente, con un violín punteando el ritmo, futurista y ritmos disco mirando cara a cara al “I feel love” de Donna Summer. No, no he perdido la cabeza.
Pero es que el final del disco aún reserva sorpresas mayúsculas. El juego de palabras de “Pain teen by numbers” (¿velada referencia al cine de Peter Greenaway?) habla de la obsesión del amor adolescente, más bien del desamor, utilizando la electrónica distorsionada y aprendiendo de las enseñanzas de Richard D. James en la canción más pop en el sentido convencional de la palabra. Pop retorcido, inutilizable para la radiofórmula, agresivo e incómodo. Pop que se relacionaría con ese otro pop que encontraríamos en «Kid A» (Capitol, 2000) de Radiohead… un par de años más tarde.
El disco termina con la esencial “Copyright of the heart”, llena de referencias que parecen sacadas de los cuadros de Hopper o de las fotografías en blanco y negro de la época de la depresión de los años 30; de los títulos de crédito de Twin Peaks al ritmo de la música de Baladamenti. Solitarias e impresionistas referencias de la desolación urbana. Como un polígono industrial abandonado; como una fábrica en ruinas. Una canción que no desentonaría dentro del “Finally we Are no One” (Fat Cat, 2002) de múm (por cierto, otros que firman en minúsculas). Pero que no nos engañen: Tito no deja de repetir “this is a comercial”. A veces los publicistas (o los políticos) se nos cuelan en nuestros sueños atacando por el flanco más insospechado.
Además de la edición en disco compacto se editó en un bellísimo vinilo multicolor.
Un disfrute para los sentidos.