Otra entrega en la línea de los dos CD anteriores grabados tras su regreso a los escenarios. El Camilo más romántico y tópico se explaya en una serie de baladas bien estructuradas y producidas impecablemente, pero que suenan a un pasado que ya no vuelve. Títulos como “Se acabó” o “Al borde del final” transmiten a las claras la sensación de despedida y hartazgo que anidaba en esos momentos en el cantante y en buena parte de sus oyentes.
Otro de esos discos que podemos empezarlos por cualquier corte, pues todos parecen levantados con los mismos planos sonoros. Tuvo menor repercusión que sus dos compañeros de 1991 y 1992 con los que guarda un gran parecido.
El tema que le da título a toda la obra es ¡cómo no! otra balada bien interpretada y no exenta de inspiración. De nuevo asistimos a estrofas modulando con suavidad la voz y elevación de volumen para reafirmar los estribillos. “No hay nada mío”, “Que hago con mi vida”, “Al borde del final” también beben hasta la saciedad de las mismas aguas. Algo más pop en sus planteamientos resulta “Pecado de amor”, una pieza hasta cierto punto sorpresiva dentro de un disco casi monotemático.
Especialmente grimosa resulta la canción “Sentimiento de amor” cantada junto a la voz infantil de su hijo en una especie de declaración de principios en ayuda de la infancia en la que mezcla el Evangelio y la cursilería. Lo damos por bueno si sirvió para concienciar a alguien de las hambrunas infantiles en medio mundo.