Estamos ante un disco importantísimo en la carrera de Rosendo, viendo que se estaba estancando decide darle un vuelco a su sonido; volviéndose más crudo, más primitivo, más primario. Para ello prescinde de los teclados y vuelve a la formación clásica, guitarra, batería y bajo y tira de la mala uva a la que nos tiene acostumbrados. No fue el único cambio, se pasó de Fender a Gibson aunque conservando las pastillas Fender. El madrileño explicó que el cambio era por motivos estéticos.
Tras un tema instrumental a modo de experimento con gaseosa –ni mucho menos es la primera vez– empieza el espectáculo con la tremenda “Vaya ejemplar de primavera” para pasar al ritmo machacón de “Por cierto” en la que Rosen deja a un lado lo de cantar para pasar a una narración a medio camino entre el rapeo y deje ese de cantar hablando o hablar cantando que tan bien le quedaba a Lou Reed; siguiendo “Como el pico de un colchón” que es indestructible como un torreón de acero.
En general, estamos ante un disco de rock recio como un cirio de la Iglesia de San Pedro, temas como “Diferente eso sí” o “Echale coraje” nos muestran al Rosendo más embrionario. Por otro lado como ya es muy esperable, tenemos temas que juguetean con otros palos: de nuevo un reggae esta vez llamado “Bailando al aire”, una extraña “Todo el mundo a sus quehaceres” o la mezcla de guitarras tranquilas con muy poquita distorsión con puñetazos en la mesa de “Dos no siempre son pares”, por no hablar de otro experimento Rosendil (ojito al adjetivo que me saco de la manga), en un tema de más de 27 minutos, que alterna un poco de todo.
Quizá estemos ante un disco que puede resultar algo irregular para algunos, pero los momentos de calidad son tan altos que lo tapan todo. Ya saben: Rosendo manda.