Los Caballos de Dusseldorf vuelven a la carga. Si han permanecido tres años sin relinchar, no es porque hayan decidido parar (porque de hecho sus salidas internacionales denotan suficiente nivel de actividad como para no temer por su salud) sino porque han necesitado del consiguiente abastecimiento de reservas con las que financiar una nueva entrega en vinilo. Con Bimbo Towers, la tienda francesa, y Alehop!, el sello madrileño (muy) directamente implicado en el proyecto, repiten la experiencia de «2º LP» (Bimbo Towers / Alehop!).
Tampoco han frenado en la producción de más artefactos a los que exprimir música en su particular factoría del horror. Si en aquella primera entrega de la película de animación «Toy Story» (John Lasseter, 1995), los juguetes se las tenían que ver con el niño terrible aficionado a destriparlos y generar engendros monstruosos a base de injertos imposibles, Olaf y sus compañeros luthiers siguen buscando como musicar el interior de los objetos más insospechados con chips y circuitos reciclados. Aseguran tener al menos uno diferente para todos y cada uno de los quince temas que componen este nuevo disco. Hasta veintidos de esos doorags necesitan cuando lo presentan en directo.
Si bien son de sobra las conocidas capacidades de Olaf en estas cuestiones de diseño, la portada corre a cargo de Colas Bertoyas, que como el propio músico nos cuenta, es un dibujante de comics underground de Lyon.
Aunque en línea similar a la propuesta de otras veces, la composición de los temas ha pasado por una mínima edición. Si antes se cortaban los trozos más interesantes de secuencias largas que se habían grabado, en esta ocasión adoptan un procedimiento que dicen acercarles al «folk a pilas«.
Juegan LCDD con varias posibilidades. Cierto es que cuesta no poder responder a quienes sólo vean en su música la banda sonora de la exposición más cool que te puedas imaginar en un museo de arte contemporáneo vanguardista, pero aún así son muchos los momentos construidos a partir de líneas melódicas más o menos definidas.
Vaya como ejemplo, además de las dos quizás más obvias: las versiones (más o menos reconocibles) tanto a la mítica «The model» de Krafwert como el guiño a sus amigos de Single (con «Mister Shoji«), los ejercicios de «Lulu Dovico» o «Garganta«.
En la primera de ellas dicen poder admitir desde un reconocimiento a su amigo Darío Vico, mecenas del primero de sus discos «1º LP» (C-EAR, 2007) hasta referencias a las veleidades clásicas de «La Naranja Mecánica» (Stanley Kubrick, 1971).
«Garganta«, por su parte, gira en torno a una especie de hilo argumental que amortiguado trata de convivir con el hormigueo de un incesante trajinar de motores o mecanismos robóticos.
De estas atmósferas industriales hay muchas: «Dub 4«, el imposible ritmo jamaicano de una sociedad futurista o «Superminimal«, una de las canciones que más me han llamado la atención, con sus grillos electrónicos y su melodía desafinada.
Otras, por mucho que se empecinen en desmentir cualquier referencia con el tecno, electro y similares industrias al alcance de cualquier oyente medio, me hacen recordar Labradford y sus paisajes de naturalezas muertas. Pienso en «Picardeando plus plus» o «Spectrum» al escribir estas líneas.
En otro rango del espectro me parece ver los temas que tejen a partir de remiendos de voces, como en «Lectura lateral» (de la que sólo se entiende la k y la j al final del tema) o «Ce frumoase-s fetele«. Limitado en mi paleta de comparaciones, a mi me viene a la mente las voces que Servando Carballar metía en temas como «El hombre sin nombre» con Los Iniciados, vaya por delante lo burdo de la asociación.
Son muchas las historias que sobre las canciones de este disco te puede contar Olaf si le preguntas. Nosotros lo hicimos y nos habló de un doorag especialmente diseñado a partir de un helado que comió la mismísima Patty Smith («Bird rag«), o al homenaje encubierto al ZX Sinclair y al Sonic Boom de Spacemen 3 de «Spectrum«, que contiene la programación del Fabolous Fred, un juego de Arcade Tandy 12.
Asimismo nos contó cómo quieren hacer bailar a la juventud con sus antepasados cuando componen cosas como «Chick Webb goes funky» o que la melodía de «Lulu Dovico» sale de un chip injertado en una vieja guía Michelín o finalmente, que los muchos relinchos que se oyen los extraen de un caballo de juguete Chicco de menos de 15kg.
Para terminar los comentarios sobre las canciones un cuento, una historia. La que me parece ver en «C’est la guerre«, un tema que ya incluyera el Burro Ácrata en sus grabaciones fuera de la cuadra de LCDD. ¿Tras la tempestad viene la calma o es que los animales se lamentan en la canción tras el combate?
En definitiva, LCDD siguen sorprendiendo en cada entrega.