Tras una portada que homenajea al genio Nikola Tesla y sus torres de energía mundial que empezó a financiar J. P. Morgan, Jardín de la Croix rinde un homenaje al grandioso e irrepetible inventor, tan injustamente olvidado durante muchos años y cuya figura ha sido oportunamente rehabilitada en parte gracias a la cultura pop. Por supuesto no estamos ante una casualidad, ni siquiera ante un guiño; la banda madrileña se ha propuesto con su tercer trabajo rendir tributo al ingeniero serbio -aunque croata de nacimiento-, y lo hacen con un disco lleno de energía y de melodías electrizantes ¿Una analogía fácil lo de electrizante y Tesla? Perdónenme, no he podido resistirme.
El disco lo componen cuatro temas largos que superan por poco la media hora de duración, imagino que con la intención de no aburrir al oyente y conseguir que en todo momento esté atento a lo que está sonando, importantísimo reto que el rock instrumental tiene que afrontar siempre como el más importante; y es que no se trata solamente de intercalar solos vertiginosos sin ton ni son.
Pero, obviedades aparte, el arranque de “Man made lightning” es un desafío al oyente a un duelo de tijeretazos en forma de pentatónica y una caprichosa rítmica que se funde en prodigios técnicos de batería.
Todo el disco es un ejemplo del rock progresivo bien entendido: “Topsy’s Revenge” va creciendo poco a poco y subiendo un oleaje que termina rompiendo en mil espumas radioactivas, siguiendo con “Colorado Springs”, lugar donde Tesla instaló su laboratorio y que evoca los campos de fuerza que allí se creaban y destruían a diario con enormes bobinas y generadores. Ccierra “Talking with planets”, al tiempo evocadora y guía turística cósmica de velocidades hiperlumínicas, con sus continuos tappings y líneas demenciales de bajo en constante cambio, por cierto, en referencia directa a las señales de radio provenientes de otros planetas que Tesla decía recibir.
En poco más de treinta minutos, el grupo de la capital nos brinda un documento sonoro único, repleto de sonidos y ritmos desbordantes e imprevisibles, una locura desmedida que se expande con límites, una vorágine rítmica en la constante búsqueda del genio, como la mirada entre loca y tocada por la varita caprichosa de los dioses que tenía Nikola Tesla.