Que no. Nada de juntarse, de congregarse. “No me formen grupos”, les espeta desde lo alto de un torreón, arma en ristre, el personaje interpretado por Luis Ciges a todo el gentío que está emplazado abajo. Esa escena de La Escopeta Nacional era un recuerdo de García Berlanga a modo de andanada a aquella prohibición del régimen al derecho de asociación de las gentes.
No estamos hablando precisamente de un régimen alimenticio, aunque bien podría servir como metáfora, pues en el fondo se trataba de que no se nutrieran ni engordasen las ideas. En tal expresa prohibición de derechos fundamentales subyacía el alma del dictador, plena de esa desconfianza tan carpetovetónica que lleva a sospechar que, cuando se juntan varios, algo
estarán tramando.
Entonces, ¿qué intriga urdían Josetxo Anitua y Atom Rhumba para unirse el trece de mayo de 2005 en el escenario del Kafe Antzokia? Josetxo andaba por entonces algo retirado de la música tras la desaparición de Cancer Moon a mediados de la década anterior. Había colaborado esporádicamente con otros grupos —y volvería a arrejuntarse con otros después de este concierto— y todavía frecuentaba la cabina del pinchadiscos. El caso es que aquella sesión en directo se grabó; unos meses después se publicó en una caja de fino y satinado cartón (Noizpop, 2005), con bien de blanco y negro en las imágenes, pura representación del tormento y la aflicción.
Hoy, que somos la posteridad para la que se registró, apreciamos cómo el concierto va creciendo y tensándose según avanza, esponjándose como el hojaldre a medida que la banda cuece en directo versiones de unos cuantos clásicos. La maquinaria instrumental de Atom Rhumba acaba engranando perfectamente con el cantar acocodrilado, áspero, lúgubre, dionisiaco de Anitua. Todos ellos van sintiéndose más seguros, los elementos se asientan, se funden y termina por consumarse una perturbadora aleación sonora.
A partir de estos mimbres no era difícil decidir qué plato cocinar acompañando la escucha del disco. Teníamos una masa de hojaldre en el párrafo de arriba, así que aprovechémosla. Únicamente haría falta rellenarla con dos ingredientes parecidos pero distintos y hacer que se amalgamen. En esta ocasión tendría que ser algo recio y contundente que casara con el vigor de la música, por ejemplo una butifarra y unas salchichas de carnicería; después habría que especiarlas bien, acariciarlas con mostaza y dejar que el horno hiciese el resto. La masa, como los anillos de una boa constrictor, se enrosca poco a poco en las carnes, fusionándolo todo. Ahora sí, a esta reunión no habrá quien la separe.
Twitter: @goghumo
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