Por estas cosas buenas que tiene Internet entablé amistad virtual hace ya un par de años con Daniel Lovelle, bajista de un grupo pontevedrés llamado Tora! Tora! Tora!. En aquel entonces el grupo estaba en plena actividad, acababan de grabar un buen disco con el ínclito Roberto Mallo (técnico en el momento de Triángulo de Amor Bizarro) y empezaban a asomar la cabeza en el efervescente panorama independiente gallego, llegando a codearse en el festival Sereas e Piratas del 2012 junto a grupos de la talla de Joe Crepúsculo, Pony Bravo o Fantasmage. Su frenética actividad, sin embargo, se vería repentinamente truncada por la marcha de Daniel a Manchester por motivos laborales -ya saben ustedes de sobra cómo andaba y anda el panorama por estos lares. Creo que fue precisamente a partir de ese momento que nuestra amistad virtual se estrechó, pues en cierto modo me sentí identificado al haber residido, aunque en circunstancias totalmente opuestas, tres años en Londres. Lo típico: le di mil consejos inútiles y muchas palabras de ánimo tratando de empatizar con él y la situación…
El caso es que para el verano siguiente recibí una invitación para asistir a algo llamado «Casa Yager». Por lo que pude deducir no era más que dar continuidad a la despedida de Lovelle del año anterior en la finca de otro de los integrantes de Tora! -Santiago, Yago- ubicada en la parroquia de Lérez, y en la que además del propio grupo había tocado Lobishome. Para ese año no sólo iban a volver a tocar los Tora! (por aquello de la morriña de juntarse) sino que habían invitado a Los Televisores, Jay y Puma Pumku. Todo ello aderezado con tortillas, empanadas y churrasco. Sonaba genial y allí que decidí marchar sin dubitación, aunque he de reconocer que ciertas dudas sí que acecharon cuando el propio Santi me recogió en el aeropuerto de Vigo en un Mercedes biplaza rojo… Galicia, los tópicos, yo qué sé. En realidad tampoco arriesgaba demasiado, pues por allí iban a estar el fonoteco Fer y Paula de Despotismo Ilustrado junto a Adri y Fer, de Esquimales, grupos presentes en recopilatorios de la casa.
En resumidas cuentas y como no podía ser de otra manera, la experiencia fue inolvidable, pude pinchar en el Pequeño Karma, hacerme socio de esa maravilla que es el Liceo Mutante, disfrutar con los paisajes de Cabo Home y Cabo Udra e incluso gozar con el dudoso honor de vencer a Marta a licor café. Pero, sobre todo, tener la oportunidad de conocer, ya sí de verdad, a unas personas desprendidas y excepcionales como los Tora y su entorno.
Por eso cuando este año se corroboró la intención de afianzar esta tradición, no pude estar más feliz y eché un cable en todo lo que estaba en mi mano, que tampoco era demasiado. Para allá que marché un año más a reencontrarme con mis amigos, a volver a rebuscar en Disco Precio, a comer pulpo, a disfrutar del entorno en que discurre el Yager, del ambiente y de los paisajes, esta vez con la mejor de las compañías. Además, para esta edición no se escatimaron esfuerzos, comenzando por la parcela técnica, en la cual se volvía a contar con Roberto Mallo, el equipo, con potencia algo superior a ediciones pasadas, las invitaciones, aumentadas razonablemente, y el plantel, simplemente impresionante. Ya sólo quedaba que el clima acompañase… Y así milagrosamente fue.
Comenzaron la sesión Cedezaoito, proyecto nuevo de los ex Tora Santi y Alex, combo ruidista de guitarra y batería desbocados, aún en fase embrionaria y en búsqueda de sonido propio. Fue su segundo concierto, y apuntaron cosas interesantes, aunque todavía es pronto para saber por qué derroteros irán finalmente, si por la vertiente más noise o la más dura con tintes algo metaleros. Fueron un buen aperitivo para abrir boca.
Siguieron Mano de Obra con su post-punk ochentero y visceral. Los coruñeses tienen grandes temas pero también algunos algo más plomizos y, pese a dar un buen concierto, quizá por la hora y el entorno en que se desenvolvía, encajaron mejor sus canciones más amables y melódicas. El grupo selecciona muy bien sus apariciones en público y desde luego no erraron en escoger el Yager como una de ellas.
A El Pardo, a diferencia de al resto de grupos, ya les había visto en numerosísimas ocasiones, de hecho el grupo aparece en el último recopilatorio de grupos emergentes de Madrid que elaboramos el año pasado. Dieron un buen concierto, sin sorpresas, evidentemente algo más comedido que en otras ocasiones, pero con un sonido apabullante e intenso. Gustaron mucho tanto al técnico como a los organizadores, y en general hicieron las delicias del público, menos habituado a su puesta en escena, al paroxismo de su líder y lo contagioso de la propuesta.
Para un servidor lo mejor de la jornada quedaba para el final con Disco las Palmeras!, un grupo al que tenía muchas ganas de hincarle el diente, y que ni mucho menos defraudó. Disco las Palmeras tienen un sonido trabajadísimo y preciso, suenan exacta y milimétricamente como quieren sonar, sin caer por ello en el tedio o el aburrimiento. La ausencia de bajo la suple Diego Castro con una configuración especial de su guitarra, mientras que Julián Goicoa (también en Jay) despliega un mantra hipnótico tanto visual como sensorial con la suya. Dieron un auténtico conciertazo.
Y así concluyó la jornada Yager, ¿hasta cuándo y hasta dónde? ¿Abierto o accesible como hasta ahora tan sólo por invitación? Las dudas se irán disipando en ediciones venideras que, esperemos, sean muchas. Os dejamos con un buen reflejo visual a cargo de Saida Balsells de lo que aconteció en tierra de famosos carteristas, como bien nos apuntó el bueno de Luismi Lobishome, cuyo perro, Mark E. Smith, fue la auténtica sensación del festival. Por algo cumplía su primer año.
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