Nunca he entendido por qué los zombis, ya que resucitan, no caminan de manera normal. Sus andares tienen algo de robótico; algo así como si fueran androides de carne pútrida. Puestos a volver a la vida, ¿por qué bambolearse de esa forma y no pisar con garbo y derechura? En fin, sus creadores sabrán. El caso es que pese a su lerdo caminar, los muertos vivientes casi siempre se salen con la suya y logran acabar, catastróficamente, con el resto de la humanidad.
El título del álbum de debut de Computadora –“Naturaleza Utópica” (Nueva Monarquía, 2014)– es engañoso. Observada detenidamente, la inquietante ilustración de la portada desprende una sensación apocalíptica. Pero es que, además, el toque post-punk y tenebroso que desarrolla la banda, el oscuro tono lírico en la forma de cantar de Albert Florent y las letras de las canciones, que remiten a mundos llenos de sombras, al averno y sus profundidades, a ciudades enterradas bajo un manto de lluvia helada, a lugares inhabitados y a mucha tormenta tropical, acaban de configurar un cuadro muy próximo al exterminio final.
¿Y qué se puede cocinar con este disco después de todo lo dicho hasta aquí? Pues no hay otra que ir al mercado, comprar un apionabo, cargar con él hasta casa no sin sudar un poco, especiarlo y asarlo al horno. El resultado lo ha bautizado algún ingenioso cocinero como “cerebro de zombi”. Y en verdad que se parece -o al menos se parece a lo que imaginamos que pudiera ser el cerebro de un zombi, que es una observación mucho más razonable-, ya que el color blanquecino interior y la dureza de esta suculenta raíz adquieren entonces una tonalidad y una textura sospechosamente indeterminadas. Sólo queda prepararle una salsa de champiñones, acompañarlo de un arroz, un cuscús o un bulgur y zampárselo, aprovechándonos de que, por una vez, somos nosotros los que nos podemos comer a los zombis.
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