Estaba más que claro que el sonido de 21 Japonesas estaba agotado, sobre todo porque desde su debut no habían conseguido sacarle el mismo jugo, y por tanto necesitaban reinventarse. Así, vuelven con un viraje hacia el pop, conservando matices étnicos esencialmente en la percusión, pero no siendo su principal argumento, y desterrando cualquier eco ochentero.
Así, como particular recurso, logran abrazar un pop más convencional, facilón, con arreglos típicos (saxos y guitarras rockeras descafeinadas en “Vuelve a llamar“), pero bien construido, garboso y que, sin ser tan original, no está nada mal (“Duelo a muerte“, “Sueño en vals“).
La presencia de metales (“Vuelve a llamar“, “¡A qué más hay que esperar!“) no es casual -ya se había anticipado esta influencia jazzística en su anterior trabajo- pero a ello se suman pianos (“Koko“) y, lo más interesante, percusiones latinas a lo Radio Futura (“El marcado del placer“).
También se desarrolla un poso melancólico y sugerente, que a veces funciona bien por su sencillez (“Lágrimas de cristal“) pero en otras cae en la cursilería (“Mi vida es mía“).