El Caldero

Joe Crepúsculo se encuentra muy cómodo en este trabajo. Se nota que al artista le gusta moverse entre lo divertido y lo directamente genial, fundiéndose a veces ambas sensaciones en momentos irrepetibles.

Y es que temas concienzudamente estudiados como «La alimentación de los dignos” se entremezclan con “La higuera” y sus teclados majetes, que casi suenan a música de gitanos ambulantes con su correspondiente cabra, pero manejando la caja de ritmos con astucia y con letras entre el nonsense y la profundidad de metáforas muy personales: “Hombres hay que por un higo pierden su amistad / debido a su frondosidad / oh, no el higo se tiene que pelar”.

El conglomerado de sonidos electrónicos y con sabor a Kojak se expande en todas direcciones como la luz que entra por un caleidoscopio. Tenemos “Amor de fuego”, que mezcla las máquinas de kebabs con bases que parecen sacada de un juego de NES (entiéndase esto como un halago; me crié en la ternura de los 8 bits); los ritmos acelerados de “La fuerza de la vida”, o la oda a la dejadez que erige Joe en “Una semana con los polis”, canción que te dibuja una sonrisa sí o sí.

Aún hay tiempo para la delicadeza de temas como “Yo voy por delante” y la hermosísima “Enséñame a amar” -sin duda la mejor del disco-, que le pegan la patada a los malabarismos formales para conformar un refugio de canciones auténticas y con mucho espíritu.

Joe ha sacado un disco valiente, atrevido y sin ningún complejo, un disco que pasa de pesadas atmósferas y efectos recargados a tutiplén y, en tiempos de pose gafapastil y de colgarse chapitas en el chaleco hasta que las alarmas del aeropuerto exploten, es algo que debemos agradecerle.