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A estas alturas, Nuestro Pequeño Mundo tiene claro que debe evolucionar, lo que también queda claro es que no tiene ni idea de hacia dónde. Un tercer álbum, lujosamente editado, y de desconcertante contenido que parece querer marcar un cambio hacia una música más comercial. Los acompañamientos van a incluir flauta tocada por Pedro Iturralde, piano, órgano, bajo, batería y hasta una orquesta completa en “Feelings”.

La mezcolanza es importante. Temas tradicionales españoles del repertorio de Joaquín Díaz, como “Tanto vestido blanco”, piezas protesta de Jorge Cafrune como “Coplas argentinas”, sambas de autoría propia como “Samba para Juan”, muestras del folk más comercial como el calypso popularizado en la década de los 50 por Harry Belafonte: “Banana boat”, canción ligera como “Feelings”, un blues como “Rock me baby” y doce minutos inclasificables en “Santianno-Islandia” con largos recitados y toques de folk y sicodelia. Todo ello en un estilo absolutamente difuso que cambia de un tema a otro y que no deja contento ni al oyente que quiere seguir escuchando al NPM de los discos anteriores, ni a los que demandaban un mayor compromiso social y estético.

Da la impresión, al escucharlo tantos años después, que cada miembro del grupo elige un tema y lo arregla e interpreta a su gusto sin que guarde ninguna relación con el resto. Resulta evidente que el grupo está en descomposición a finales de 1970. De hecho va a desaparecer de la circulación por un tiempo tras la realización de este disco.